domingo, 15 de febrero de 2015

Los micos del doctor Patarroyo

http://www.elespectador.com/CARLOS GAVIRIA DÍAZ 14 FEB 2015 - 8:54 AM


Carlos Gaviria Díaz
Bienvenido el debate que se ha suscitado a propósito de las investigaciones del doctor Manuel Elkin Patarroyo sobre primates del Amazonas, en busca de una vacuna benéfica para la humanidad.
Por: Carlos Gaviria Díaz

Sobre el asunto es poco lo que se ha dicho y pensado entre nosotros con el reposo y el desprejuiciamiento que el tema demanda, en un campo cruzado por creencias con pretensiones de verdades inconclusas que se aducen como si fueran argumentos concluyentes.
Al observador desprevenido puede ocurrírsele una pregunta elemental: ¿por qué se eligen los monos como objetos manipulables (y maltratables) para la investigación? Y la respuesta parece saltar a la vista: porque su anatomía y sus procesos fisiológicos y bioquímicos son los más parecidos a los de los humanos. Pero entonces, ¿por qué no se investiga directamente sobre humanos? Y contestar esa pregunta, honesta y razonablemente, implica superar una dificultad. Veamos:
Ello resultaría atentatorio contra la dignidad humana que hace del hombre (¡y de la mujer!) una criatura privilegiada y singular por su similitud con el creador (capaz de saber aunque no omnisciente para los tomistas; amorosa aunque no todo amor para los escotistas). Contundente e impecable el argumento, pero válido sólo para creyentes.
Kant, uno de los pensadores que más venero, encubre la misma razón con lenguaje secular: “la criatura humana es un fin en sí mismo y no puede ser usada como medio”. ¿Y de dónde deriva esa singularidad? Creo que sutilmente escamoteado está allí el argumento religioso.
Si asumimos que la dignidad deriva de la autonomía (asunción nada temeraria, expuesta desde el siglo XV por Pico della Mirandola) y que allí radica la singularidad humana, el asunto resulta aún más problemático. Porque no parece que ese singular privilegio pueda ser invocado para someter y abrumar a las demás criaturas, a la manera arbitraria de quienes invocaban el derecho divino de los reyes. Nada en el campo moral ni en el político puede ser legitimado por un poder supremo y arbitrario, salvo que se trate de la voluntad divina.
Lo que sin duda los humanos compartimos con los animales dotados de un sistema neurológico es la calidad de seres sensibles y sufrientes y es allí, a mi juicio, donde hay que situar el problema para ensayar respuestas razonables. ¿Por qué es malo que el humano sufra pero no lo es o lo es mucho menos que sufra el animal?
Comparto con Rorty el que el propósito de una sociedad liberal (en el sentido noble y no degradado del término) ha de ser la erradicación del sufrimiento... de todos los sufrientes.
Un movimiento social, reciente y en ascenso, propugna el trato considerado a los animales y la prohibición de infligirles sufrimiento. Es plausible sin duda y promisorio de una sociedad mucho más civilizada, aunque quedan aún muchas dificultades pendientes por superar. En esa misma línea de pensamiento, y para darle mayor fortaleza al propósito, se vienen postulando los derechos de los animales. La tesis no es, ni mucho menos, descabellada, pero todavía hace falta afinar muchos conceptos en el campo de la teoría del derecho y muchos instrumentos en el terreno de la técnica jurídica.
Pienso que en el momento no es necesario —lógicamente— ni conveniente en sus consecuencias prácticas vincular un asunto con el otro. Ya el doctor Patarroyo, por ejemplo, ha dicho que “si los animales tienen derechos también tienen deberes” (v.gr. ¿el de prestarse para el maltrato doloroso en beneficio de la humanidad?).
El deber moral de no ocasionar daño y dolor a quien puede padecerlo resiste, en mi criterio, el test de un creciente y progresivo consenso. Las dificultades que plantea no pueden soslayarse, pero es un hecho tangible que cada vez gana una adhesión más numerosa y consistente en sectores civilizados y no implica, como correlato, el derecho atribuido a otro de reclamar compulsivamente su cumplimiento, como sí ocurre en la relación jurídica, aunque el Estado puede hacerlo exigible.
Las dificultades innegables que la situación plantea no pueden ignorarse, pero tendrían que ser materia de examen riguroso y de controversia científica y retórica, exhaustiva y responsable, entre interlocutores de espíritu abierto, libres de prejuicios que ofuscan e inhiben la respuesta razonable. Todo esto en beneficio de la construcción de sociedades humanas más sensibles y solidarias con todos los seres sufrientes.
Es explicable entonces que, ante la incertidumbre y perplejidad que el problema genera, dos sesiones distintas del Consejo de Estado hayan tomado decisiones contradictorias sobre un problema ético y científico que no puede ser decidido ex cathedra.
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    Infeliz la tierra

    Los medios han celebrado el salvamento del Norman Atlantic.
    Por: Umberto Eco

    Así se llama el trasbordador que se incendió frente a las costas de Grecia el 28 de diciembre. Si bien las versiones varían, quizá había hasta 478 pasajeros y miembros de la tripulación, así como hasta 432 personas rescatadas. Algunos murieron y otros están desaparecidos, pero la operación de rescate fue eficiente.
    Los medios prestaron atención a las acciones del capitán Argilio Giacomazzi, quien, después de dirigir la operación de rescate, fue el último en abandonar el barco. Algunos comentaristas no pudieron dejar de notar esto, dado el reciente desastre de un trasbordador donde el capitán abandonó el barco antes de sus pasajeros. En ciertas versiones empezó a surgir la etiqueta de “héroe” para el capitán Giacomazzi.
    No hay duda: es una persona respetable. Además, solo podemos esperar que en el futuro, todo capitán se comporte como él lo hizo. Pero no hay manera de que él sea un héroe. Es un hombre que cumplió con su deber. Tanto la tradición marítima como la ley italiana dictan que un capitán debe ser el último en abandonar su embarcación; y este deber ciertamente implica riesgo.
    ¿Qué es un héroe? Con base en Thomas Carlyle, el ensayista e historiador escocés del siglo XIX, los héroes son grandes hombres con enorme carisma que dejan su huella en la historia. En este sentido, tanto Shakespeare como Napoleón fueron héroes. Sin embargo, la idea de Carlyle fue condenada por Tolstói y más adelante por algunos historiadores que confirieron menos importancia a grandes sucesos, prefiriendo concentrarse más en tendencias colectivas o estructuras económicas y sociales.
    Por otra parte, el diccionario define a un héroe como una persona que desempeña un acto excepcional en beneficio de otros. El joven agente de policía italiano Salvo D’Acquisto, fue un héroe en este sentido: salvó a 22 personas de represalias nazis durante la Segunda Guerra Mundial cuando asumió plena responsabilidad por un crimen inexistente. Nadie le pidió que aceptara la culpa, o que se parara ante un pelotón de fusilamiento para salvar la vida de sus conciudadanos.
    Sin embargo, por encima y más allá del llamado del deber, él hizo exactamente eso, y le costó la vida.
    Para ser un héroe, no es necesario ser un soldado o un líder. Héroes son aquellos que arriesgan la vida para salvar a un niño de ahogarse , o quienes le dan la espalda a las comodidades de la medicina moderna para arriesgar la vida ayudando a pacientes con ébola en África. Parece que el mismo Giacomazzi, cuando fue entrevistado tras el desastre del trasbordador, descartó dicha etiqueta por considerarla inmerecida. “Los héroes no sirven a propósito alguno”, dijo. “Lo único en lo que uno piensa es en aquellas personas que ya no están con nosotros”. Esa es una manera prudente de rechazar la santificación de los medios de comunicación.
    ¿Por qué será que llamamos héroes a algunas personas cuando todo lo que hicieron fue su deber?
    El dramaturgo alemán Bertolt Brecht, en su obra Vida de Galileo, nos dijo que “Infeliz es la tierra que necesita héroes”. ¿Por qué infeliz? Porque es un lugar que carece de personas normales que hacen lo que supuestamente deben hacer, que no se intimidan ante sus responsabilidades y que lo hacen (como dice la expresión) “con profesionalismo”. A falta de ese tipo de ciudadanos, un país busca con desesperación figuras “heroicas” y distribuye medallas de oro a diestra, siniestra y al centro. Una tierra infeliz es, por tanto, una en la cual nadie sabe ya cuál es su deber, así que la gente busca frenéticamente un demagogo carismático que les diga qué hacer. Y ésta fue, si bien recuerdo, la misma idea expresada por Hitler en Mi Lucha.
    • * Novelista y semiólogo italiano / | Elespectador.com

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    viernes, 6 de febrero de 2015

    Hotel Finca El Bosque - Pijao, Quindío.


    La casa de la Finca El Bosque, se localiza en Pijao - Quindío, primer “poblado lento”  (cittaslow) en Latinoamérica.

    El mapa muestra cómo llegar a la Finca El Bosque, ubicada en Pijao (Quindio - Colombia), primer municipio cittaslow de Latinoamerica; partiendo de Calarcá o Armenia.
    Disponemos de ocho (8) habitaciones, siete (7) de ellas con baño privado; áreas de esparcimiento y vista hacia las montañas y bosques que hacen parte de la finca y sus alrededores.

    Foto de Finca El Bosque.
    Foto de Finca El Bosque.

    En la Finca El Bosque tenemos mañanas radiantes.
    Usted dormirá arrullado por los sonidos que emiten una gran diversidad de animales nocturnos y despertará con el trino de los pájaros que allí tienen su morada y pululan por todas partes.
    Fotografía de Alberto Durango Durango.

    Foto de Finca El Bosque.
    Foto de Finca El Bosque.

    Protegemos la naturaleza: la Finca El Bosque tiene un bosque nativo de más de siete (7) hectáreas, por el que sus huéspedes podrán disfrutar de la naturaleza a través de senderos ecológicos.
    Foto de Finca El Bosque.





    Fotografías: Luis Alberto y Francisco Javier Giraldo Gómez.

    @fincaelbosque
    https://www.facebook.com

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