domingo, 4 de mayo de 2014

Una idea de Europa

El Espectador Héctor Abad Faciolince 3 Mayo 2014 - 9:00 pm
                           
Héctor Abad Faciolince
Acabo de participar, en la “Casa de las Culturas del Mundo” de Berlín, en una discusión sobre Europa, y más concretamente sobre si algunas ideas desarrolladas en esa parte de la tierra pueden considerarse como universalmente aceptables.
Por: Héctor Abad Faciolince
 
 
No puede negarse que Europa es un lugar bastante especial. Para empezar, aunque se llame continente, no es ni siquiera un continente. Cuando uno mira un mapa del mundo con dimensiones reales, y no un mapa diseñado desde el punto de vista de los geógrafos europeos, nota que Europa es apenas una pequeña península de Asia. Es un rincón del mundo, apretado entre el Mediterráneo y el Atlántico, y una encrucijada de caminos entre África y Asia. Esto no le quita méritos a Europa, al contrario, la hace más extraordinaria.
La pequeña Europa sufrió todas las pestes (lo cual hizo que sus pobladores tuvieran inmunidad para muchas enfermedades), y durante milenios fue básicamente un matadero: guerras e invasiones por el norte, por el este y por el sur. También un nudo de comercio, y gracias a esto por sus tierras circuló y se quedó sabiduría de egipcios, árabes, indios, chinos, indígenas americanos, etc. Los invasores y los invadidos dejaron en Europa grandes conocimientos técnicos, artísticos, científicos. Ni la escritura ni los números ni el álgebra ni el cristianismo fueron inventos europeos, pero allí se apropiaron de esas ideas.
Y aunque Europa sea muy pequeña con relación al mundo, si uno vuelve a mirar el mapa, ve que en vastas regiones se hablan lenguas europeas: en toda América, en África, en Asia, en Oceanía. Obviamente esto no quiere decir que el inglés, el francés, el portugués, el holandés o el castellano sean lenguas mejores que las otras: simplemente quienes hablaban estos dialectos latinos o germánicos ganaron más batallas e impusieron su idioma. A sangre y fuego colonizaron casi todo el mundo.
Hispanoamérica lleva las huellas de la Conquista, la violación y el genocidio de los indígenas americanos, presente en nuestro aspecto y en nuestra sangre; y lleva las huellas de los siglos de la esclavitud de los negros, un negocio europeo y africano. Europa produjo el exterminio tal vez involuntario, pero real, de decenas de millones de personas, por enfermedades para las que los indígenas no tenían inmunidad alguna. Pero la Colonia trajo también las semillas del pensamiento ilustrado, del método científico y de la cosmopolita República de las Letras. Siempre se ha dicho que la traducción de “Los derechos del hombre y del ciudadano”, una idea francesa, fue el principio de nuestra liberación.
Tras miles de guerras y sufrimientos, Europa parece haber aprendido una lección y hoy es una de las regiones menos inciviles de la tierra. A Europa la civilizaron las derrotas: España perdió el orgullo con la pérdida de su Armada Invencible y de las colonias de América; Francia perdió su exceso de Grandeur en Waterloo; a Gran Bretaña se le bajaron los humos cuando perdió el Imperio y Alemania aprendió a no ser arrogante y a no creerse “über alles”, cuando Hitler la llevó a la ruina moral y material. Su unión, la casi desaparición de las fronteras y 70 años sin guerras entre las mayores potencias, han convertido a Europa en un punto de referencia para muchos. Para Ucrania, para Turquía, en parte para América. Valores como la libertad de prensa, de pensamiento, de religión, la educación universal, las reglas de higiene, parecen casi tan universalmente aceptados como ciertos postulados de la física, la geometría o las matemáticas. La belleza de la música de Bach o de la pintura de Velázquez es casi tan indiscutible como el teorema de Pitágoras.
En Europa habrá votaciones el mismo día que en Colombia, el 25 de mayo. Y lo increíble es que en este sitio, que nos parece ejemplar en tantos aspectos, un buen porcentaje de la población votará contra Europa unida, por los nacionalismos, por el racismo, por las fronteras cerradas, por la vocación guerrera. Buena parte de Europa, al parecer, no cree en Europa.
  • Héctor Abad | Elespectador.com

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