miércoles, 11 de abril de 2018

CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA




Por: Claudia Torres Arango*

Ante los acontecimientos, que a diario nos golpean en el país, corrupción y violencia provocada por varios actores como guerrilla, paramilitares, Estado, y algunos políticos, empresarios y personas que la ejercen de una u otra forma, cabe preguntarse qué se precisa para construir ciudadanía forjada en valores y comprometida: se requiere entre otros elementos, de un sistema democrático que garantice los derechos y libertades individuales de todos los ciudadanos y ciudadanas, sin distingo de raza, sexo, lengua, religión o cualquier otra condición económica o social; y también, del reconocimiento de leyes concretas abran los espacios jurídico para garantizarle al ciudadano en la práctica lo anterior. Si se quiere hablar de ciudadanía y de civismo, debemos hablar de los deberes cívicos más que de los derechos cívicos.

Al respecto en 1997 el Consejo de Europa, y la Unión Europea, impulsaron un  Proyecto de Educación Ciudadana para la Democracia, cuyo objetivo principal era contribuir al desarrollo de un conjunto de prácticas y actividades orientadas a hacer de la gente joven y adulta personas equipadas para participar activamente en la vida democrática, asumiendo y ejerciendo sus derechos y deberes dentro de la sociedad y a formar ciudadanos responsables e informados en el contexto de la integración europea, y aunque se trata de otro contexto para nuestro caso los tres objetivos principales del proyecto (1), tienen validez:

1. Proveer a los ciudadanos del conocimiento, las habilidades y las competencias necesarias para la participación activa dentro de una sociedad civil democrática.
2. Crear oportunidades para el diálogo y el discurso, para la resolución no violenta de los conflictos y el consenso, para la comunicación y la interacción.
3. Estimular la conciencia de los derechos y las responsabilidades, de las normas y los valores, de las cuestiones éticas y morales que existen dentro de la comunidad.

Para el ejercicio activo y responsable de la ciudadanía y el civismo, Luis María Cifuentes resalta cuáles son estos deberes (2):

La obligación de estar informado: el miembro de una sociedad democrática tiene que saber lo que sucede en la sociedad en la que vive. La lectura crítica de lo que informan los medios de comunicación haciendo uso de las nuevas tecnologías, quienes tratan de influir en las decisiones políticas y en la formación de la opinión pública, proporcionando muchos datos sobre la situación de cada país.

Asociarse para la defensa de los legítimos intereses de los diferentes grupos humanos: dado que la mayoría de la población se encuentra en una sociedad que es desigual e injusta, el derecho de asociación es básico y fundamental en todas las democracias. La participación es un principio esencial en los actuales sistemas democráticos donde los derechos de las personas que tienen intereses compartidos deben ser defendidos colectivamente, con la fuerza del derecho y con la unión de todos los interesados. La asociación política, sindical, vecinal y deportiva, entre otras, muestra la vitalidad de la democracia, y debe ser potenciada en todas las democracias, en razón a que los partidos políticos no son el único cauce asociativo de que disponen los ciudadanos. La obligación de participar en la vida pública de un país, no se puede circunscribir solamente a ser miembro de un partido político o a ejercer el derecho al voto; tiene otras muchas formas de expresión. La política no es simplemente la convocatoria de elecciones periódicas, debe ser ante todo un servicio desinteresado a los ciudadanos.

El ejercicio de una solidaridad responsable: a nivel nacional e internacional, la economía es interdependiente y no puede entenderse la ciudadanía democrática ni la construcción de un civismo de calidad, cuando existen millones de personas que viven en condiciones de miseria y de pobreza, ya que la dignidad de todos los seres humanos es idéntica e igual para todos. Por eso la solidaridad es un deber moral y político, que tiene que superar la actitud paternalista con que muchas veces se enfoca este tema. La Declaración Universal de los Derechos Humanos exige tratar dignamente a todos, ayudar a que el ser humano se desarrolle como tal, con todos sus derechos y libertades, lo que no será posible mientras millones de personas vivan por debajo de su humanidad.

La ecología: Los seres humanos debemos tomar conciencia de que el ecosistema es un bien frágil, inalienable y de interés común, donde los recursos son limitados,  y de que con el actual modelo de desarrollo el planeta está en peligro, y con él también la supervivencia humana. Los Informes del Club de Roma, y luego los de prestigiosos científicos, entre ellos el Panel Internacional del Cambio Climático, IPCC (3), detallan con claridad en qué consiste el grave deterioro del medio ambiente. Por eso, se debe dar un giro a las políticas y al modelo económico hacia un tipo de desarrollo sostenible. Ese giro es un deber cívico y de ética ecológica, que si no se ejercita a tiempo, ya que se han generado daños irreversibles a todos los seres vivos, con perjuicio para grandes grupos humanos.

Es entonces necesaria la educación para la ciudadanía, no sólo como teoría, “sino que son ante todo una práctica, un saber hacer, un saber vivir” (2), son valores que se inculcan desde la infancia, más que como una materia esta educación debe ser referida a los valores y a las actitudes que deben impregnar de modo transversal todo el sistema educativo.

En la coyuntura actual como es el caso de las migraciones, tanto la que se da en las naciones desarrolladas como en las emergentes, que se reconoce con el nombre de desplazados, se acentúan procesos más profundos que los de la pobreza: los de la discriminación y exclusión de las personas. En los últimos veinte años los desplazados por desastres naturales, que según el Consejo noruego para los refugiados (2014) ascienden a 200 millones de personas, han triplicado los que se generan por conflictos bélicos, sociales y políticos. Para semejante problemática, la ley debe reconocer los derechos y libertades individuales, y por lo tanto la sociedad debe adquirir un carácter cosmopolita como fundamento para la convivencia, soportado en el reconocimiento de los derechos y libertades humanas, pero sin menoscabo del cumplimiento de los deberes de todos los ciudadanos, sin discriminación de ninguna naturaleza.

En este caso Luis María Cifuentes Pérez dice:

El pluralismo es compatible con una sociedad abierta y es inseparable de la democracia, ya que el pluralismo político conlleva también  el pluralismo moral y religioso de los ciudadanos en un sistema de derechos y libertades individuales. El libre ejercicio de los derechos y de las libertades de cada individuo es consustancial con la democracia y con el Estado de Derecho. En las democracias occidentales la ley es el último y definitivo instrumento que define las conductas legales o ilegales de las personas. Si no se respeta la ley, la convivencia pacífica se torna inviable, imposible; aunque la ley no sea todo lo justa que uno desearía, no existe, sin embargo, mejor alternativa que las leyes para controlar racionalmente la conducta de los individuos y de las corporaciones. Es siempre mejor, la fuerza del derecho que la ley del más fuerte (2).

En el mundo actual la base de los conflictos, tiene sus raíces en la desigualdad económica y social en un escenario globalizado, señala Luis María Cifuentes, que alrededor de un 20% de la población mundial dispone de un 80% de los recursos mundiales, lo que inhabilita en la práctica a millones de desposeídos para acceder no sólo a sus necesidades básicas, sino también como lo señala Cifuentes,

a los derechos y las libertades propias de un ciudadano, si es que por ciudadanía se entiende algo más que el mero reconocimiento formal y jurídico de derechos y libertades individuales. La ignorancia, la opresión, el hambre, la miseria y las enfermedades endémicas son lacras reales que impiden a muchas personas en todo el mundo ser tratados como verdaderos ciudadanos y como seres humanos dotados de dignidad personal y de capacidad para desarrollarse humanamente (2).

De lo descrito antes se desprende que para ejercer la ciudadanía de una manera real y plena, no se puede partir de un reconocimiento formal y jurídico que encubra la imposibilidad práctica del ejercicio de los derechos y libertades fundamentales; el ejercicio depende de unas condiciones económicas, políticas y sociales que configuran el estatus de ciudadano. Más que el reconocimiento de unas leyes que preceptúen el derecho a una vida digna, al trabajo y a la vivienda, y de declaraciones de organizaciones como la ONU, la UNESCO, la FAO, que sean sólo retórica, se requiere de unas condiciones mínimas de justicia e igualdad para todos los seres humanos. La conquista de los derechos humanos y de la ciudadanía, ha requerido un largo recorrido histórico; por ello debe educarse para la ciudadanía, algo menos teórico que declaraciones de buenas intenciones.

Y ¿cuál es el rol de la mujer frente a una sociedad fraccionada, inequitativa, carente de valores, consumista e insolidaria? Este no puede ser diferente al del hombre dado que el problema no es de género. Sería tan absurdo como asignar roles diferentes al ciudadano frente a la sociedad, dependiendo de asuntos étnicos, de edad o de limitaciones físicas, así la exclusión esté marcando problemas fundamentales en la sociedad colombiana.

Aún más, el civismo de hoy exige el trabajo propio de una sociedad donde la democracia representativa ha dado paso a las formas de participación directa de la sociedad. Ya no son los tiempos de la gobernabilidad sino de la gobernanza; tampoco los de la planeación cartesiana y vertical, sino los de la planeación participativa que reconoce al territorio como un sujeto y no como un objeto de participación. Razón por la cual desde la Sociedad de Mejoras Públicas invitamos que en lugar de socializar los proyectos de intervención del territorio, estos se construyan con la gente y para la gente, empleando procesos de planificación de carácter participativo. La academia juega un rol importante en la construcción de la civilidad, pero con su ciencia y tecnología no podrá jamás abarcar la sabiduría inmersa en los saberes populares (4), como fuente de conocimiento válido para la estructuración del territorio, entendido como una construcción social e histórica, en donde el hábitat no le pertenece ni a los planificadores, ni a los científicos sociales, ni al administrador público: le pertenece a todos por igual.

Referencias

1.       Estrategias de enseñanza para la educación cívica y ciudadana en el siglo XXI. Universidad de Sidney. Murray Print. Facultad de Educación. m.print@edfac.usyd.edu.au. En: http://www.doredin.mec.es/documentos/01520103000186.pdf
2.       Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos. Luis María Cifuentes Pérez. En: http://firgoa.usc.es/drupal/
3.       IPCC), Cambio Climático 2001: Impactos, adaptación y vulnerabilidad, en: http://www.grida.no/climate/ipcc_tar/vol4/spanish/pdf/wg2sum.pdf
4.       La dimensión cultural como catalizadora del desarrollo. Duque Escobar, Gonzalo (2011) Circular 601 de la Red de Astronomía de Colombia RAC. http://www.bdigital.unal.edu.co/3287/ 

* Socia Sociedad de Mejoras Públicas, Profesora Contexto CT&S Universidad Nacional.
Artículo para la Revista Civismo 474 de la SMP de Manizales

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