UNA
LABOR DE PAZ
Itinerario
Breve
Por: Blanca Isaza de
Jaramillo Meza
Cuando salgo al encuentro de
Esmeralda Arboleda de Uribe, cuya presencia en mí hogar es siempre grata y
amable, me quedo admirada de la transformación que se ha efectuado en ella; los
largos meses de su obligatorio destierro, la intensidad de sus estudios, su trajín
de ama de casa en un país en donde las criadas están sólo al alcanee de los
millonarios, la angustia de su patria lejana y sometida a la bota del déspota,
le dieron una figura estilizada y fina; ante la ineficacia de los regímenes
para adelgazar pudiera aconsejarse a las damas que quieran rebajar unos cuantos
kilos el tener, como esta mujer excepcional, un concepto nítido de la libertad,
una orgullosa independencia de criterio, un corazón girondino, unas ideas
propias y una definida altura de aspiraciones; el vivir bajo la dictadura y
sufrir persecuciones por la justicia, ser víctima del atentado personal y
afrontar la situación de zozobra que le tocó padecer a Esmeralda Arboleda, deja
atrás las más rigurosas normas dietéticas, los más severos regímenes médicos
para adquirir una esbelta silueta; esto le ha pasado a ella; está contenta con
su nueva estampa; se siente más ligera, más joven, más apta para la
multiplicidad agobiadora de su labores.
Esmeralda tiene una envidiable
facilidad de expresión; siempre que la oigo me deja sencillamente asombrada con
la fluidez y la elegancia de sus palabras; su argumentación es decisiva; enfila
las respuestas como escuadrones de batalla; no hay a lo largo de sus
conferencias ni una vacilación, ni una falla idiomática, ni una duda respecto a
la nobleza de su misión de ilustrar a la mujer sobre los problemas, las
responsabilidades y los deberes que le impone el haber conquistado su derecho a
votar. Desde su puesto en la Dirección Liberal, ha hecho, al lado de Alberto
Lleras Camargo, ese hombre superior, ese estadista insigne cuya palabra de
serenidad se alza entre la colérica vocería del odio como una torre de
esperanza, una obra patriótica y pacifista que enorgullece a todas las mujeres
colombianas; su campaña no es una campaña política sino una alta campaña de paz
y de convivencia; ella tiene una fe erguida y firme en la trascendencia de la
intervención de la mujer en esta época amarga y convulsiva que estamos
viviendo; la mujer con su innato sentido de la justicia, con su generoso
corazón, con su entusiasmo desinteresado, con su intuición para hallar siempre
el camino seguro hacia el porvenir de fraternidad entre los colombianos, está
llamada a realizar ahora, con su derecho a votar, una constructiva labor de
patria; nosotras estamos desligadas de compromisos partidistas; desconocemos
los tortuosos caminos de las intrigas palaciegas y podemos dar nuestro voto por
los más capaces, por los más honrados, por los que lleven con dignidad la
bandera de la patria, de esta patria martirizada por la violencia, ensombrecida
por el humo de los incendios, avergonzada ante los extraños por la presencia
impune de los violentos, entregada indefensa a la codicia de los traficantes
sin decoro.
No es posible quedarse al margen
de este anhelo de restauración, ser indiferentes, con una indiferencia culpable
a los dolores de la patria; sobre el panorama desolado empiezan a soplar los
vientos tonificantes de la nueva concepción política, del nuevo estilo de
concordia; la presencia de la mujer en el Senado, en la Cámara, en las
Asambleas, en los Concejos Municipales será un factor decisivo para el progreso
del país, para conseguir la expedición de leyes que salvaguarden la familia,
para lograr el ideal de la educación gratuita y obligatoria, para adquirir
mejores condiciones de vida para los humildes. Los tiempos son aciagos y la
mujer no tiene derecho a desentenderse de sus deberes; en todos los campos de
la actividad ciudadana, ella ha dado pruebas de su capacidad intelectual, de su
consagración al trabajo, de la eficiencia con que sabe desempeñar labores que
antes se consideraban del dominio absoluto de los varones, de su generosidad y
de su criterio de rectitud y de justicia; ya hemos visto cómo en Italia las
mujeres pusieron con sus manos finas una barrera que logró detener el avance
inquietante del comunismo.
Todas estas cosas son triviales
pero cuando las dice una mujer como Esmeralda Arboleda adquieren mayor relieve
y más trascendencia histórica; su fe es confortante; su entusiasmo contagia a
quienes la escuchamos con sereno espíritu; apreciamos ante su argumentación
clara e indestructible como un diamante, la importancia del derecho que se nos
ha concedido y la obligación que tenemos de no ser inferiores al momento que
vivimos, de contribuir con los medios que se ponen a nuestro alcance a lograr
para Colombia una necesaria y urgente tregua de paz política, una justa
distribución de los puestos públicos, unas aceptables condiciones de vida para
las clases sin fortuna, ya que todos pagamos las contribuciones y ha sido norma
de nuestro viciado sistema Político considerar el poder como un modo fácil de
saldar compromisos y repartir premios a los más hábiles electoreros.
Todas las mujeres de Colombia
debemos unirnos en una misión de paz; la violencia pasa como un ciclón rojo
sobre los campos promisorios y las aldeas pintorescas; los hombres han
predicado el odio, nosotras pondremos en vigencia los postulados de la
fraternidad; hemos de luchar al lado de los buenos para que este oleaje de
muerte y de espanto se anule contra los diques del mandato evangélico. Sobre el
dolor de los caídos, sobre el llanto de los niños y la queja angustiosa de las
madres, alzaremos la estructura armoniosa de la nueva República.
Fuente: Revista Manizales,
Volumen XIX. Número 204. Mayo, 1958.
Reproducción: Revista Civismo 474 de la SMP de Manizales.
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