domingo, 9 de noviembre de 2014

Puertos, orejas y placas rotas

http://www.elespectador.com William Ospina 8 Nov 2014 - 9:00 pm
 
William Ospina
Cuando estudiaba las guerras de Ursúa encontré a menudo el nombre de Portobelo, un pequeño puerto de Panamá al que después he visitado varias veces, y llegué a pensar que los panameños habían tomado ese nombre del célebre mercado de Londres, uno de los comercios de antigüedades más famosos del mundo.
Por: William Ospina


Era al revés: el mercado londinense de Portobello, y Portobello Road, tomaron su nombre del puerto del Caribe. Pero entender por qué es asistir a una historia digna de memoria.
Portobello no es palabra inglesa ni española, sino italiana: significa puerto bello, y su origen caribeño está en los labios de Colón, quien descubrió la bahía en 1502.
¿Por qué se enamoró Inglaterra de ese nombre? Portobelo era uno de los enclaves más codiciados por los ingleses del siglo XVIII. Su playa se convertía cada tanto en un bazar de las Mil y una noches, cuando la flota española descargaba sus mercaderías: paños, sedas, alfombras, muebles, herramientas, armas, instrumentos musicales, toneles de vino, todo lo que la industriosa Europa enviaba para surtir a las colonias.
Una vez vacías las bodegas, los galeones eran cargados con el oro y la plata del Perú y de la Nueva Granada, con custodias consteladas de esmeraldas, cálices y joyas religiosas, todo el tesoro húmedo de sangre que estas tierras enviaban para acrecentar la majestad de los dueños del mundo.
Las fragatas inglesas esperaban a los galeones en alta mar para arrebatarles hasta la última moneda. Sus capitanes eran llamados piratas y corsarios por quienes padecían sus asaltos, pero en Londres eran valerosos caballeros al servicio de los reyes. El pirata Vernon era en Londres Lord Almirante y el chupasangre Francis Drake, circunnavegador del globo, cuya tumba es la bahía de Portobelo, era Sir Francis Drake en la Corte.
De esas tensiones se alzó la Guerra de la Oreja de Jenkins, que enrojeció los mares, dejó oliendo a pólvora el Caribe e inspiró buena parte de la literatura de piratas y tesoros que ha arrullado a los niños por siglos.
Inglaterra era algo más que una isla ambiciosa, pero España era el primer imperio mundial, que dominaba océanos y saqueaba continentes con Dios en la mano izquierda y la muerte en la derecha. Era lo que la otra aspiraba a ser, y las guerras entre ambas fueron salvajes.
Como Inglaterra tuvo siempre el culto del heroísmo y un sentido muy acendrado del honor, su gente se hacía matar más fácil por un irrespeto que por un asesinato. Sus gobernantes sabían que España era más poderosa y evitaban la guerra abierta, pero a veces perdían el sentido de las proporciones sólo por orgullo.
Y eso ocurrió en 1731, cuando Juan León Fandiño, capitán del guardacostas Isabela, apresó al navío contrabandista Rebecca, cuyo capitán era el pirata Robert Jenkins. Al liberarlo le cortó una oreja y lo envió a Londres con el mensaje sangriento de que le haría lo mismo al rey si asomaba por el Caribe.
Ya había un debate en el Parlamento y el prudente ministro Horace Walpole se oponía a una guerra con España, pero el testimonio de Jenkins, quien siete años después conservaba su oreja en un frasco y la exhibió ante los parlamentarios, obligó a Walpole a declarar la guerra.
Y así nos vimos implicados en la Guerra de la Oreja de Jenkins. Los ingleses, bajo el mando de Vernon, atacaron primero La Guaira y más tarde Portobelo, robaron diez mil pesos de oro y hasta se llevaron el nombre para Portobello Road. Después enfilaron contra Cartagena de Indias, y fueron rechazados. Una semana después Vernon cargó otra vez sobre Portobelo, por San Lorenzo de Chagres, y sus tropas destruyeron el castillo y tomaron el puerto.
Entonces, llenos de entusiasmo, cayeron de nuevo sobre Cartagena, que rechazó el segundo ataque en mayo de 1740. Vernon le aseguró a su rey que la ciudad estaba a punto de caer y endulzó la oreja real insinuando que ese triunfo iba a cambiar el curso de la guerra y a iniciar la hegemonía inglesa en el Caribe.
Ante estas esperanzas, Jorge II no sólo entregó a Vernon una flota más grande que la Armada Invencible y miles de ingleses para arrasar la ciudad, sino que hizo acuñar de antemano medallas conmemorativas, con un Blas de Lezo que en la medalla tenía dos ojos, dos manos y dos piernas, y entregaba de rodillas su espada.
Dicen que fue el mayor desembarco antes de Normandía. 27.000 hombres, 186 navíos y 2.000 cañones del ejército inglés pusieron sitio a Cartagena en marzo de 1741, pero fueron deshechos por 3.600 hombres, por una flota de seis barcos: el Conquistador, el San Carlos, el San Felipe, el Galicia, el Dragón y el África, y por un almirante tuerto con brazo de garfio y pata de palo. 10.000 ingleses murieron ante las murallas.
Hace algún tiempo fuimos sorprendidos por la noticia de que el gobierno inglés había rendido un homenaje a los muchachos argentinos que murieron en las Malvinas. “Fueron grandes, dijo, lucharon contra Inglaterra”.
No es insensato que una ciudad victoriosa rinda homenaje a los que murieron tratando de someterla, con la condición de que rinda también homenaje a quienes la defendieron hasta la muerte. Habría que ver si Inglaterra está dispuesta a descubrir en Portobello Road una placa en homenaje a Blas de Lezo y al puñado de cartageneros que aniquilaron a la flota británica.
Ahora un cartagenero ha roto a martillazos la placa que hace una semana descubrieron frente a San Felipe de Barajas los príncipes de Gales, honrando a sus muertos. Pero mucho antes el rey de Inglaterra había tenido que destruir las medallas conmemorativas de un triunfo que no ocurrió jamás.
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