jueves, 13 de noviembre de 2014

LAS LECCIONES DEL RUIZ A LOS 25 AÑOS DEL DESASTRE DE ARMERO

 



 
Por Gonzalo Duque-Escobar*


Resumen:

Este trabajo intenta dar respuesta al objetivo propuesto de compartir lo que significó la erupción del Volcán Nevado del Ruiz hace 25 años y las lecciones aprendidas a raíz del desastre de Armero. El contenido, así: Hipótesis para el Prefacio, El alba de la coyuntura, Luces y sombras de la tragedia, Noche de muerte y destrucción, y Epílogo. Entre los logros señalados, además de reconocer los avances en el campo de la vulcanología de Colombia y el esfuerzo y capacidad de quienes tienen a cargo la vigilancia volcánica, se señala el Sistema Nacional para la Prevención y Atención de Desastres y el que muchos municipios incorporen en sus planes de Ordenamiento Territorial la dimensión del riesgo; pero faltan avances en la dimensión regional del ordenamiento territorial y el ordenamiento de cuencas, resolviendo los usos conflictivos del suelo, además de resolver el retraso cartográfico del país donde falta información en temáticas, actualizada y a escala de detalle. Los mapas de amenaza volcánica, hoy, que solamente se están utilizando para el manejo de las crisis, deben usarse para resolver la vulnerabilidad y la exposición a la amenaza, desde la ocupación del territorio.
 
Hipótesis para el Prefacio
 



Fotografía del V.N. del Ruiz. Jaime Duque Escobar
Una vez más nos hemos congregado para conmemorar una dolorosa fecha, con la intención de hacer un balance del que se deriven lecciones a partir de las experiencias científicas en torno a un desastre que, según mi convicción, pudo ser por lo menos mitigado, aunque para entonces el Estado no contaba con políticas ambientales ni de planificación ligadas a la dimensión de los riesgos, y que nuestra sociedad tampoco había desarrollado esa cultura que demanda la adaptación a dichos fenómenos. Al estar desprovistos de instrumentos que proveyeran la capacidad efectiva de intervenir, se dejó a su suerte a decenas de miles de pobladores expuestos, y en sumo grado vulnerables, sobre un escenario severamente amenazado por una erupción claramente anunciada, donde las acciones locales y nacionales de los diferentes actores sociales, resultaron asimétricas y fraccionadas.
Si bien ese es el fundamento de la hipótesis que presento, a mi juicio existieron otros factores contribuyentes, cuya intervención pudo desmovilizar o neutralizar de forma oportuna los precarios activos del Estado, previstos para prevenir la tragedia. Entre ellos las ideas que me asaltan, discutibles si se quiere por quedar en el plano de las impresiones, es que pudieron más los intereses locales de quienes, preocupados por la economía, reclamaban la “desgalerización” de la ciudad - término ahora aplicado en Pasto frente a las crisis del volcán Galeras-, y la irresponsabilidad de funcionarios clave justificándose en flacas y tardías acciones que desatendieron las oportunas recomendaciones de calificados expertos de la entonces Oficina de las Naciones Unidas para el Socorro en caso de Desastres UNDRO, para terminar calificando de apocalíptico el clamor de notables líderes locales, entre otros factores que finalmente restringieron al ámbito académico las inequívocas señales del volcán, tales como la cenizada del 11 de septiembre de 1985, además de la información obtenida de la historia eruptiva del volcán y el mapa preliminar de amenazas elaborado un mes antes de los acontecimientos, entre otras tareas así provinieran de un grupo inexperto, del que hicimos parte al lado de varios compañeros que hoy faltan, solo por haber entregado su vida en acciones científicas al servicio de la sociedad.
En dicha historia, la del volcán, el insigne investigador Jesús Emilio Ramírez S.J. en su obra Historia de los Terremotos de Colombia (1983), describía las erupciones del Ruiz de 1595 y 1845, dando cuenta de sendos flujos de lodo que se esparcen en el valle de salida del Lagunilla, hechos que coincidirán con lo acaecido en 1985, solo que para entonces no existía la población de Armero. Los trabajos de Darrel G. Herd (1974) sobre vulcanismo y glaciación del complejo volcánico, sumados a los de Franco Bárberi para la investigación del proyecto geotérmico del cual participé, definitivamente le daban cimientos a las proyecciones del riesgo derivadas del reconocimiento histórico del Padre Ramírez.
Si bien el motivo que nos congrega es reflexionar para construir como colectivo, mi aporte partirá de lo que ya he consignado hace cinco años para similar propósito, en “Las lecciones del volcán del Ruiz a los 20 años del desastre de Armero” (2005), de nuevas reflexiones hechas a partir de la lectura de los desastres naturales que continúan surgiendo en la geografía del convulsionado país, además de las experiencias ya vividas con la coyuntura volcánica en los dramáticos sucesos de 1985, e incluso de las acumuladas desde el año 1979 cuando participaba de las investigaciones del potencial geotérmico del complejo volcánico Ruiz - Tolima, emprendidas por la Central Hidroeléctrica de Caldas, CHEC.
 
El alba de la coyuntura
 



Complejo Volcánico Ruiz – Tolima. Departamento de Geotermia, CHEC
 
Para empezar, un poco de historia sobre los antecedentes correspondientes a un primer período de esas inequívocas señales entregadas por el volcán, el de los meses previos a las erupciones del 11 de septiembre y 13 de noviembre de 1985.
La reactivación del Volcán Nevado del Ruiz se advierte desde el 22 de diciembre de 1984, y las primeras advertencias se vierten a Ingeominas iniciando 1985 con las recomendaciones de John Tomblin como responsable de la UNDRO, invitado para el caso a Colombia. Dos meses después se pública la noticia en el diario local La Patria, donde se dan a conocer los hechos, advirtiendo que la actividad de las fumarolas no eran motivo de alarma.
El 23 de marzo de 1985 realizamos un seminario abierto y concurrido en el Aula Máxima de la Universidad Nacional de Colombia sede Manizales, en el que se informa sobre una reactivación del Volcán, sus erupciones históricas y los riesgos, y los posibles eventos esperados frente una eventual erupción. Todo esto se consigna en el Boletín de Vías y Transportes Nº53, donde se publica el resultado de un trabajo científico previo adelantado en el cráter Arenas del volcán por nuestro grupo de trabajo, compuesto por expertos voluntarios, por profesores de las universidades Nacional y de Caldas, y por miembros del Departamento de Geotermia de la Central Hidroeléctrica de Caldas CHEC, labor cuyo propósito era mapear el cráter activo, describir la actividad fumarólica, generar una información adecuada para dar respuesta a las crecientes inquietudes de la comunidad, y sugerir lo que fuera del caso.
En mayo se recibe la visita del científico Minard L. Hall como delegado de UNDRO, quien reclama de nuevo la atención a las anteriores recomendaciones de la organización, expresa su preocupación por la persistente actividad del Ruiz, y de paso señala la necesidad de acometer una gestión para la atención oportuna del riesgo priorizando las zonas habitadas, mostrándonos en el lugar el potencial de flujos de lodo del edificio volcánico, consecuencia de los glaciares y materiales de arrastre, disponibles.
En julio, cuando ya se empieza a percibir el olor a azufre en Manizales, ciudad localizada 30 km al oeste del cráter Arenas, luego de intentar infructuosamente durante los meses precedentes obtener unos sismógrafos para iniciar el monitoreo del volcán, y de haber recurrido al Cuerpo Suizo de Socorro para conseguirlos por otra vía, gracias a una gestión iniciada por Hans Meyer desde el Observatorio Sismológico del Sur Occidente OSSO de la Universidad del Valle, se establece Ingeominas aportando los cuatro sismógrafos y justificando su tardanza en la dificultad que tuvo para conseguir las piezas de repuesto; el hecho en sí y la justificación, permiten mostrar la “importancia” que se le daba al asunto en Bogotá.
En agosto llega el científico Bruno Martinelli como respuesta del Cuerpo Suizo de Socorro, a solicitud del Gobernador de Caldas y del Alcalde de Manizales, tras un mes de preparativos en el cual se decidió desarrollar la tecnología requerida, buscando adaptar los sismógrafos para operar en ambientes a temperaturas bajo cero grados, lo que suponía hacer uso de la electrónica militar. Indudablemente estos meses perdidos al lado de la inexperiencia que nos asistía, serán una de las causas más relevantes en el trágico desenlace de los acontecimientos.
Entre las actividades emprendidas por el grupo de geotermia, si antes interesaba la composición de las aguas termales y su estabilidad fisicoquímica, para inferir el ambiente de presión y temperatura alcanzado en el reservorio y su relevancia o tamaño, para el riesgo volcánico el objeto ahora debía ser el monitoreo geoquímico de los fluidos de la actividad fumarólica del cráter, para inferir de su composición eventuales procesos de despresurización del sistema o ascensos del magma, como consecuencia de la volatilidad decreciente de los elementos C, S, CL presentes en los gases, fenómenos que suponíamos podrían contrastarse con la ubicación y eventual migración de los focos sísmicos, energía sísmica liberada y tipología de señales sísmicas, y con las variaciones en el tiempo de la magnitud y extensión espacial del campo de deformaciones en el cono volcánico, como expresión del campo de esfuerzos generado por el magma.
Para información de Ustedes, varios de los que actuábamos éramos de algún modo parte del equipo organizado desde 1979 por Ariel César Echeverri de la CHEC, con la misión de investigar el potencial geotérmico del Ruiz; la mayoría ingenieros con 500 horas de instrucción en Geofísica impartida entre los años 1983 y 1984 por eminentes profesores de las escuelas italianas de Nápoles y Pisa, y dos miembros del mismo con estudios en Geotermia. Del equipo hacíamos parte, entre otros, Néstor García Parra QEPD, la geóloga Marta Lucía Calvache y Bernardo Salazar Arango, como miembros del Departamento de Geotermia de CHEC, además del grupo de geoquímica de aguas termales de la Universidad Nacional de Colombia, liderado por la Profesora Adela Londoño Carvajal.
 
Luces y sombras de la tragedia
 



Cráter Arenas del Volcán Nevado del Ruiz. Ingeominas
Estando presto a salir Bruno Martinelli para Suiza donde se evaluaría la información fruto del trabajo de este geofísico de enorme dimensión humana, quien un mes antes había cambiado un volcán de África, el Niragongo, por el de este escenario colombiano, al medio día del 11 de septiembre se produce una erupción freática en el Ruiz, cuyas cenizas llegan a Manizales para despejar las dudas de los más escépticos. Confieso que, si bien desde 1979 estábamos investigando el tema de los volcanes, el evento nos llevó a esa extraña dimensión que señala Lévi-Strauss en Tristes Trópicos, dado que frente a semejante fenómeno estábamos como quien cree saber de un extraño lugar porque colecciona sus imágenes, y al que no ha viajado para sentir su compleja naturaleza y experimentar su carácter.
Esta erupción del 11 de septiembre, que se hace sentir en la ciudad y que genera pequeños flujos de lodo que cierran la vía a Murillo por el costado norte del Ruiz, le da la connotación suprarregional al riesgo, y sobre todo detona la ya aplazada confección del mapa de amenazas del Ruiz. De lo ocurrido en ella, a finales de ese mes el equipo de Ingeominas pudo establecer, no sólo la velocidad del pequeño flujo de lodo, sino también la certeza de su ocurrencia en caso de una erupción mayor, dato importante para estimar el tiempo disponible para evacuar a Armero. Igualmente Ingeominas informa de un represamiento del río Lagunillas en la vereda El Cirpe, consecuencia de actividades mineras, como elemento fundamental que vinculará al imaginario de esos pobladores a la amenaza temida con la suerte de Armero, así la magnitud de este represamiento, de tan solo 200 mil m3, no compitiera con el tamaño y alcance espacial de los lahares históricos y por venir.
A modo de información: desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX, hubo un período frío en el hemisferio norte de la Tierra, con tres máximos: 1650, 1770 y 1850. Esta pequeña edad del hielo expandiendo los glaciares, sumada a la magnitud de las erupciones históricas del Ruiz ocurridas en 1595 1845 y 1985, cuyos volúmenes se estimaron en 1 Km3, en 2 Km3 y en 1/10 de KM3 de magma, en su orden, podría explicar la notoria superioridad de las riadas de 1845 al comparación los tres flujos de lodo. Igualmente, al contrastar los volúmenes señalados con los períodos de 250 años y de 150 años que separan los tres eventos, también se podría inferir que la magnitud esperada de una erupción del Ruiz en la actual fase de reactivación, debería ser por lo menos del orden de 1 Km3. Y aunque el citado lahar vertido donde se fundaría Armero tres años después, en 1848), se correspondió con un evento dirigido de ángulo bajo cuyos depósitos se registran en los taludes de la vía a Armero, habrá que añadir también, primero, que la erupción más probable que se debe esperar del Ruiz, donde las lavas son de coeficiente explosivo bajo, sería del tipo pliniano, con una columna de erupción vertical sostenida, y no de colapso como lo han sido las del Cerro Machín y Cerro Bravo; y segundo, que el período de reactivación del Ruiz podría extenderse décadas, tal cual se infiere de los antecedentes de la erupción ocurrida en 1595, puesto que en un mapa de mitad del siglo 16 aparecen registrados como “Vitoria” y “Bolcán”, dos lugares: el poblado recién fundado de “Victoria” vecino a Mariquita y el “Volcán” Nevado del Ruiz en lo alto de la cordillera, cuya actividad debió hacerse notar desde esa fracción del valle del Magdalena.
Tras el evento, se crea el Comité de Estudios Vulcanológicos de la Comunidad Caldense bajo la coordinación de Pablo Medina Jaramillo, con la secretaría científica de José Fernando Escobar Escobar como coordinador de Ficducal, fundación que reunía a las cinco universidades de Manizales y cuyas actas juiciosamente recolectadas por él, dan testimonio de las actividades y esfuerzos de diferentes instituciones y autoridades de la ciudad buscando darle buen trámite a una preocupante crisis que no encontraba el eco esperado en el gobierno central. Como ilustración: cuatro meses antes de la catástrofe aparece la famosa carta de la Jefe de la Oficina de Relaciones Internacionales del Ministerio de Educación, ofreciendo su mediación al gobernador de Caldas para que se le solicite por ese conducto a la Unesco “evitar que el volcán del Ruiz se reactive”.
A finales de septiembre, además del histórico debate del parlamentario Hernando Arango Monedero, calificado de apocalíptico en una respuesta del ministerio que se justifica con un pálido balance de acciones insustanciales, el citado Comité que también recibe las advertencias de UNDRO sobre la posible ocurrencia de flujos de lodo por el rio Chinchiná, entre otros eventos de menor relevancia para Manizales, conoce del Censo efectuado por Corpocaldas a lo largo del drenaje de este y sus tributarios, y revisa una carta del Gobernador de Caldas para solicitarle al gobierno central acciones para atender la problemática. En ese estado de cosas, recuerdo haber solicitado incluir en ella tareas de preparación para la comunidad expuesta en las zonas de alto riesgo, y llamar la atención al gobierno para proveer lo que se requiriera para los evacuados, incluyendo las personas que moran dentro de un radio de 10 Km y los pobladores de Armero, además de los censados.
Para entonces, los temidos tremores del volcán identificados finalmente por Martinelli y reportados ahora por el equipo de sismología, a juicio de éste resultaban preocupantes; la columna de vapor alcanzaba alturas sostenidas que superaban los 10 km y se implementaban estrategias informativas que hacían uso del manual de UNDRO para el debido manejo de las emergencias volcánicas. Además, la ya visible exacerbación de la actividad fumarólica, era interpretada por el grupo de geoquímica como evidencia de que se empezaban a generar los efectos decisivos previstos por W. Giggembach sobre el tapón del cráter Arenas, y con ellos una posible reducción en la presión del sistema que conduciría a la erupción.
Entrado Octubre, cuando en tan corto tiempo son notables los avances alcanzados en la confección del mapa de riesgos encomendado al equipo de geólogos de Ingeominas y la Universidad de Caldas, y por la implementación del modelo metodológico y teórico propuesto por W. Giggembach útil para la evaluación de la dinámica preeruptiva en función de la volatilidad de los componentes gaseosos de los fluidos volcánicos, entre otros: faltaba monitorear la topografía del edificio volcánico para advertir las posibles deformaciones causadas por incrementos en el campo de esfuerzos de darse el ascenso del magma. Entonces se concretan gestiones en el Comité para satisfacer las deficiencias e incertidumbres sobre un proceso urgido de complementos instrumentales y conceptuales, como son traer hasta Manizales a Franco Barberi desde Italia, a Rodolfo Van der Laat desde Costa Rica y a Minard L. Hall desde Ecuador. Incluso a Darrel G. Herd, quien en concurrida conferencia en el Teatro 8 de Junio en la Universidad de Caldas desestima la ocurrencia de un desastre en caso de erupción, a pesar de haber señalado en el Comité la importancia de las tareas que hacíamos en virtud de riesgo existente.
Iniciando la segunda semana de octubre, aparece la versión preliminar del mapa de Riesgos Potenciales del V. N. del Ruiz, del Ingeominas, donde además de consignarse la historia del volcán se señalan las amenazas, entre las que se incluyen flujos de lodo de hasta medio centenar de metros de potencia dependiendo del nivel de riesgo de las zonas, asignándoles una probabilidad del 100% en caso de erupción importante: riadas que alcanzaban en dicha cartografía todas las zonas que efectivamente se bañaron de lahares, entre ellas Armero; y también caída de cenizas de alguna severidad con una probabilidad de 2/3 extendiéndose solamente sobre una zona orientada hacia el noreste del cráter, y que por lo tanto excluía de caída de piroclastos en sectores del occidente, omisión para la que sugerimos considerar el cambio de la dirección de los vientos regionales entre el verano y el invierno, relacionado con la dinámica del clima bimodal andino, lo que se comprobaba con las cenizas que alcanzaron a Cartago en 1595 y el 11 de septiembre de 1985.
Entre tanto las labores del monitoreo rudimentario continuaban, confiados en que a falta de un sistema telemétrico, el volcán se anunciaría a distancia, y que uno de nuestros miembros que permanecía en el lugar: el Ingeniero Bernardo Salazar Arango, quien exponiendo su vida observaba los sismógrafos allá para tener información en tiempo real, informaría por radio de cualquier evento de carácter sorpresivo: ambos, volcán y hombre, cumplieron a cabalidad pero la última señal no fue suficientemente interpretada, como tampoco las que ya había dado el volcán.
Hasta aquí la corta extensión espacial y temporal del monitoreo sismológico y geoquímico, donde gravitaba la falta de observaciones de otras variables físicas como las deformaciones que dependían de medidas geodésicas no implementadas, y a que las observaciones morfológicas del cráter y el muestreo de gases que no podían resultar sistemáticas a causa de las dificultades y condiciones ambientales, resultaban insuficientes: todo este acerbo impedía generar una línea de base para el volcán, como instrumento con el cual se permitiera diagnosticar con suficiente aproximación, el grado de anormalidad de los fenómenos observados.
Recuerdo cómo un día antes de la erupción, el grupo de geotermia descendió por última vez al fondo del cráter para tomar otra muestra de los gases, intentando capturarlos en las fumarolas antes de que emergieran y entraran en contacto con el aire, para malograrse. En esta riesgosa expedición que incluía la tarea adicional de observar posibles dinámicas morfológicas, no se reportaron cambios significativos del cráter. Pero al día siguiente, el de la erupción, siendo las 7: 30 PM cuando procedíamos a dar inicio al análisis geoquímico en el Laboratorio de la Universidad Nacional, observábamos las muestras obtenidas con un aspecto turbio inquietante, asunto este que sumado a lo del día, permite calificar la imposibilidad que teníamos de aventurar un pronóstico eruptivo.
 
Noche de muerte y destrucción
 



Armero 1985. armeroguayabal-tolima.gov.co
Y a los pocos días de haber concluido la elaboración del mapa de amenazas, a pesar de la caída de cenizas que desde horas de la tarde afectaba a Armero, de las llamadas al cuerpo de bomberos de la “Ciudad blanca” efectuada desde uno de los municipios cordilleranos, de haberse informado el inicio de la erupción por la doble vía que se esperaba: la del volcán y la del hombre: los flujos de lodo, estimados después en 100 millones de metros cúbicos, descendieron raudos desde los glaciares del volcán nevado y avanzaron arrasándolo todo, hasta alcanzar los poblados ubicados en los valles de salida de los ríos; pero la población no fue evacuada. Por la vertiente del Cauca las riadas tardaron más de una hora hasta Ríoclaro y parte del Chinchiná, y por la del Magdalena, unas dos horas hasta Armero transitando por la cuenca del Lagunillas, y dos horas hasta las partes bajas de Mariquita primero para seguir luego a Honda, por el Gualí. En Armero los lahares, masas donde participan agua y sólidos por mitades, cubrieron con 2 m de lodos unos 30 km2 del valle en varias direcciones, incluida la norte ajena a este drenaje.
Y como me he preguntado ahora: ¿por qué antes del 13 de noviembre no se produjo ninguna acción, ante la advertencia expresa de que en caso de una erupción, Armero sería borrado por una avalancha? -esto de conformidad con lo que el mapa oficial mostraba desde su primera versión de inicios de octubre, así fuese preliminar-. Posiblemente el trabajo que emprendimos a la fecha fue tomado como un simple ejercicio académico, o también, la sistemática preocupación por la información que se daba en la prensa, dudosamente calificada de alarmista, terminó con sus voces por apagar las luces de sensibles periodistas, y con ello por desmantelar una estrategia que pudo contribuir a la apropiación social de la prevención del desastre.
Calificados expertos de varios países, después de recopilar la información sobre los antecedentes y analizar los hechos, coincidieron en denominar ésto como una catástrofe anunciada, mientras aquí unos y otros rompían sus vestiduras amparados en la imposibilidad de predecir el comportamiento de un volcán, para desconocer los pronósticos y decir que la suerte padecida por unos 25 mil colombianos, fue culpa de la indómita naturaleza.
En comparación con los eventos históricos del Ruiz, acaecidos en 1595 y 1845, la segunda entre las tres parece haber generado los mayores flujos de lodo, y la que nos ocupa resultó ser la de los lahares más modestos y la erupción de menor magnitud. Además, si bien la erupción de 1985 fue calificada de subpliniana, al cobrar unas 25 mil vidas queda la lección para no subestimar estos eventos, dado que la del Ruiz (1985) con apenas 1/10 de Km3 de magma aportado, con las 25000 vidas cobradas se ubica en el tercer lugar entre los desastres volcánicos más catastróficos ocurridos desde 1800, después del Tambora (1915) con 56000 víctimas y del Krakatoa (1883) con 36400.
Esto es, hace 25 años, a pesar del compromiso de la comunidad científica que asumió tareas y del esfuerzo de la cruz Roja y la Defensa Civil locales en materia de prevención, queda pendiente pagar un saldo que únicamente se liquida sin volver a repetir la tragedia de Armero. Y lo digo porque antes de la erupción del 13 de noviembre de 1985, previo al paroxismo de las 9:20 de la noche, hora local, desde las 3:05 de la tarde hubo emisiones de ceniza, y antes del anochecer a modo de señal premonitora la arena volcánica y fragmentos de pómez del Ruiz caían sobre al poblado tolimense, en un ambiente enrarecido por un extraño olor azufrado.
Todo porque allí como en otros lugares se carecía de una instrucción precisa, de unos medios mínimos y de unos procesos adecuados, para que la población evacuara frente a un evento sorpresivo pero que también daba tiempo, al menos, para mitigar la desgracia. Esto es, la insuficiencia de la información gravitó, ya que no resultó suficiente la historia y el mapa, al faltar las instrucciones y el protocolo para evacuar, señalando el por qué, cuándo, cómo y a dónde, por lo menos. Incluso, faltaron los simulacros del caso como parte de la información intangible.
 
Epílogo
 



Mapa de Amenazas potenciales del Volcán Nevado del Ruiz. Gonzalo Duque Escobar (1986)
 
Luego de los sucesos de Armero, cuando se dan las frecuentes noticias sobre las crisis del Galeras, del Huila y del Cerro Machín, no dejamos de preocuparnos a pesar de saber que nuestros científicos de Ingeominas están altamente capacitados, de que se hayan hecho estudios sobre el riesgo y de que se tengan mapas de amenaza y de contar con un sistema de monitoreo eficiente.
Esto porque a pesar de la existencia del Sistema Nacional de Prevención y Atención de Desastres que ha hecho grandes esfuerzos y se ha consolidado, siempre quedan como preguntas: por qué las personas no evacúan y qué falta en términos tangibles e intangibles. Como evidencia de lo primero, antes del terremoto del Quindío el Comité Local de Emergencias del pequeño municipio de Pijao, epicentro del sismo, no sólo se reunía periódicamente y producía sus actas, sino que contaba con presupuesto y tomaba sus propias decisiones, tal cual lo hizo el 25 de enero de 1999 y días siguientes, a pesar de quedar incomunicado el poblado y desarticulada su comunidad del contexto regional y nacional.
También, porque la “galerización”, término extraño para entonces y para quienes no saben del Galeras, pero que refuerza la dialéctica del discurso como herramienta estratégica para entender la problemática que existe en Pasto, donde se repite lo que se hizo en Manizales cuando se desdibujó una estrategia comunicativa con expresiones como “aquí todos éramos vulcanólogos”, ya que eso posiblemente, lo de haber “galerizado a Armero”: habría salvado a muchos armeritas de la hecatombe, del mismo modo que lo han hecho las comunidades indígenas con las avalanchas del Huila de abril de 2007.
La dimensión social, política, cultural y económica, podría darnos esas respuestas, que espero no se resuelvan con nuevos desastres.
Con las leyes de la Cultura, del nuevo Sistema Ambiental y de la Reforma Urbana, hoy en Colombia se contempla la dimensión de los desastres y se consagra el derecho de la participación ciudadana; pero urge implementar la gestión integral del riesgo, primero asegurando las acciones misionales de institutos como el Ingeominas y las de complemento de las autoridades ambientales, a quienes corresponde las acciones en esta materia, y donde la previsión a corto plazo que se relaciona con los procesos geodinámicos y afines, incluye las tareas de observación sistemática de variables físicas y el desarrollo de modelos. Y otra, la previsión general que se materializa en mapas de amenaza para estudiar los riesgos naturales y asegurar el uso sostenible del suelo, temas para los cuales en materia de cartografía y de acciones de las autoridades territoriales, encontramos profundas deficiencias.
Esta loable y muy difícil labor para el caso de los volcanes activos, la han desarrollado oportunamente los científicos de Ingeominas en los tres segmentos de los Andes colombianos; pero en los planes de desarrollo y ordenamiento territorial, y de ordenamiento ambiental de cuencas, sabemos no se contempla la dimensión regional, ni se han aplicado los mapas de amenaza volcánica para proceder con una ocupación no conflictiva del suelo en términos de exposición o generación de riesgos durante los períodos de calma, caso volcanes Cerro Bravo y Tolima.
Me temo que con esa visión de corto plazo y la baja propensión a las acciones estructurales señaladas, estamos desaprovechando el esfuerzo de muchas instituciones del país, como la de los vulcanólogos, comprometiendo la suerte de la Nación y exponiendo varias comunidades vulnerables de Colombia.

Mil gracias,
 
Manizales, Noviembre 9 de 2010
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Relacionados:
 


Anotaciones sobre el riesgo sísmico en Manizales, en:
http://www.bdigital.unal.edu.co/5949/
 
Calentamiento global en Colombia, en: http://www.bdigital.unal.edu.co/3673/
 
 
 
Manual de geología para ingenieros, en: http://www.bdigital.unal.edu.co/1572/
 
Riesgo en zonas andinas por amenaza volcánica, en: http://www.bdigital.unal.edu.co/1679/
 
Riesgo en la zona andina tropical por laderas inestables, en: http://www.bdigital.unal.edu.co/1681/
 
Sismos y volcanes en el Eje Cafetero: Caso Manizales, en: http://www.bdigital.unal.edu.co/6544/
 
Una política ambiental pública para Manizales, con gestión del riesgo por sismos, volcanes y laderas, en: http://www.bdigital.unal.edu.co/6497/
 
 
 
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* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia, sede Manizales http://godues.wordpress.com
 

domingo, 9 de noviembre de 2014

Imaginaciones fundadas

http://www.elespectador.com  Alfredo Molano Bravo 1 Nov 2014 - 10:00 pm
 
Alfredo Molano Bravo
Altezas, Generales, Policías. Una semana cargada de tigre. Tantas cosas y tan poco espacio.
Por: Alfredo Molano Bravo
 
Llovía a cántaros el miércoles en Bogotá. Los policías enjaezados con quepis y correas nuevas hacían señas con manos y brazos como si estuvieran locos, como si les hubiera dado al tiempo un ataque de epilepsia. Sirenas, luces, pitos, motociclistas, ambulancias, carros negros —siete iguales— lustrosos, desmandados. Sus altezas, el príncipe de Gales y su señora, la duquesa de Cornualles, tenían afán, iban retrasados, y los ingleses, primero muertos que impuntuales. Pasaban. El príncipe quizá miraba desde una ventana de su limosina paraguas y paraguas y gente aterida de frío y de aburrimiento. Como en Londres, como en el húmedo Gales. En no se supo dónde les regalaron un carriel paisa —que él, tan ambientalista, consideró un atrevimiento (las tapaderas de los auténticos, los que llevan navaja de afeitar incluida, son de cuero de tigre mariposo)—, y un sombrero vueltiao que —pensó— a su mamá, la reina, le parecería adorable para ir al derbi. Lo peor podría haber pasado. Le habían hablado bellezas de Caño Cristales en La Macarena; había visto fotos y fotos de ese pequeño paraíso. El encanto habría desaparecido de repente si, aguzando el ojo, se hubiera pillado a los soldaditos —que siempre están ahí–, lavando en las aguas puras del río de los siete colores, las medias y las botas de caucho. Nadie puede negarme esa realidad. Ni siquiera el padre Hurtado.
Chaleco, mangas, chaleco, mangas. Palabras en clave que utilizó el mando de la operación retoma del Palacio de Justicia para desaparecer a 11 personas. No se sabe si las mangas fueron las seis que nunca aparecieron o los cinco que tampoco han aparecido, pero sobre los que hay fotos huyendo del holocausto. Treinta y cinco años de cana para el general fue la sentencia que el Tribunal de Bogotá ratificó. El procurador saltó: ¡Cómo castigar a uno de esos héroes que no se rinden! Al alto oficial no se le pudo notificar la nueva porque andaba en el Hospital Militar. Debió encontrarse con el general Suárez, al que la Fiscalía no topó en su oficina para preguntarle por la “base de datos” donde aparecen periodistas, diplomáticos, funcionarios del Estado, y que él, casualmente, tenía en el bolsillo de su uniforme. Quien no está en las listas secretas de la inteligencia militar que se conocen todos los días es porque no existe. Y el general conoce todos los contactos, la correspondencia digital —secreta o no—, las cuentas bancarias, la dirección, los teléfonos, placas del carro y ADN de los que en ellas estén. El general es uno de los nueve oficiales que más falsos positivos tienen en su haber, número solamente superado por su mando superior, el general Lasprilla, que es el top en este tema. Son los encargados de la inteligencia del Estado, que, según ellos, es el fundamento de la democracia. ¡Brillante figura! La nueva lista de chuzados no tendría importancia si no fuera por los nombres de diplomáticos de Francia, España y de periodistas gringos, que pedirán explicaciones al Gobierno, que, claro, no sabrá qué decir porque la Constitución dice que el presidente de la República es el comandante en jefe de las Fuerzas Militares y de Policía.
Por tanto, también de los policías que cogieron a topetazos al hijo del presidente de la Corte Suprema de Justicia porque estaban haciendo obscenidades en un carro oficial de vidrios polarizados, ¿qué escándalo público se puede hacer cuando nadie ve? Puede que hasta se oiga, pero ver, como dicen los policías que vieron, pues no. Lo que ellos dicen es que nada le hicieron al joven. El magistrado dice lo contrario. Palabra contra palabra, y la verdad, para mí, simple observador que soy, es que entre la palabra del presidente de la Corte Suprema y la del intrépido general Palomino, me quedo con la primera, así me parezca un abuso que su hijo estuviera comprando dólares en un carro oficial conducido por él.
  • Alfredo Molano Bravo | Elespectador.com

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Puertos, orejas y placas rotas

http://www.elespectador.com William Ospina 8 Nov 2014 - 9:00 pm
 
William Ospina
Cuando estudiaba las guerras de Ursúa encontré a menudo el nombre de Portobelo, un pequeño puerto de Panamá al que después he visitado varias veces, y llegué a pensar que los panameños habían tomado ese nombre del célebre mercado de Londres, uno de los comercios de antigüedades más famosos del mundo.
Por: William Ospina


Era al revés: el mercado londinense de Portobello, y Portobello Road, tomaron su nombre del puerto del Caribe. Pero entender por qué es asistir a una historia digna de memoria.
Portobello no es palabra inglesa ni española, sino italiana: significa puerto bello, y su origen caribeño está en los labios de Colón, quien descubrió la bahía en 1502.
¿Por qué se enamoró Inglaterra de ese nombre? Portobelo era uno de los enclaves más codiciados por los ingleses del siglo XVIII. Su playa se convertía cada tanto en un bazar de las Mil y una noches, cuando la flota española descargaba sus mercaderías: paños, sedas, alfombras, muebles, herramientas, armas, instrumentos musicales, toneles de vino, todo lo que la industriosa Europa enviaba para surtir a las colonias.
Una vez vacías las bodegas, los galeones eran cargados con el oro y la plata del Perú y de la Nueva Granada, con custodias consteladas de esmeraldas, cálices y joyas religiosas, todo el tesoro húmedo de sangre que estas tierras enviaban para acrecentar la majestad de los dueños del mundo.
Las fragatas inglesas esperaban a los galeones en alta mar para arrebatarles hasta la última moneda. Sus capitanes eran llamados piratas y corsarios por quienes padecían sus asaltos, pero en Londres eran valerosos caballeros al servicio de los reyes. El pirata Vernon era en Londres Lord Almirante y el chupasangre Francis Drake, circunnavegador del globo, cuya tumba es la bahía de Portobelo, era Sir Francis Drake en la Corte.
De esas tensiones se alzó la Guerra de la Oreja de Jenkins, que enrojeció los mares, dejó oliendo a pólvora el Caribe e inspiró buena parte de la literatura de piratas y tesoros que ha arrullado a los niños por siglos.
Inglaterra era algo más que una isla ambiciosa, pero España era el primer imperio mundial, que dominaba océanos y saqueaba continentes con Dios en la mano izquierda y la muerte en la derecha. Era lo que la otra aspiraba a ser, y las guerras entre ambas fueron salvajes.
Como Inglaterra tuvo siempre el culto del heroísmo y un sentido muy acendrado del honor, su gente se hacía matar más fácil por un irrespeto que por un asesinato. Sus gobernantes sabían que España era más poderosa y evitaban la guerra abierta, pero a veces perdían el sentido de las proporciones sólo por orgullo.
Y eso ocurrió en 1731, cuando Juan León Fandiño, capitán del guardacostas Isabela, apresó al navío contrabandista Rebecca, cuyo capitán era el pirata Robert Jenkins. Al liberarlo le cortó una oreja y lo envió a Londres con el mensaje sangriento de que le haría lo mismo al rey si asomaba por el Caribe.
Ya había un debate en el Parlamento y el prudente ministro Horace Walpole se oponía a una guerra con España, pero el testimonio de Jenkins, quien siete años después conservaba su oreja en un frasco y la exhibió ante los parlamentarios, obligó a Walpole a declarar la guerra.
Y así nos vimos implicados en la Guerra de la Oreja de Jenkins. Los ingleses, bajo el mando de Vernon, atacaron primero La Guaira y más tarde Portobelo, robaron diez mil pesos de oro y hasta se llevaron el nombre para Portobello Road. Después enfilaron contra Cartagena de Indias, y fueron rechazados. Una semana después Vernon cargó otra vez sobre Portobelo, por San Lorenzo de Chagres, y sus tropas destruyeron el castillo y tomaron el puerto.
Entonces, llenos de entusiasmo, cayeron de nuevo sobre Cartagena, que rechazó el segundo ataque en mayo de 1740. Vernon le aseguró a su rey que la ciudad estaba a punto de caer y endulzó la oreja real insinuando que ese triunfo iba a cambiar el curso de la guerra y a iniciar la hegemonía inglesa en el Caribe.
Ante estas esperanzas, Jorge II no sólo entregó a Vernon una flota más grande que la Armada Invencible y miles de ingleses para arrasar la ciudad, sino que hizo acuñar de antemano medallas conmemorativas, con un Blas de Lezo que en la medalla tenía dos ojos, dos manos y dos piernas, y entregaba de rodillas su espada.
Dicen que fue el mayor desembarco antes de Normandía. 27.000 hombres, 186 navíos y 2.000 cañones del ejército inglés pusieron sitio a Cartagena en marzo de 1741, pero fueron deshechos por 3.600 hombres, por una flota de seis barcos: el Conquistador, el San Carlos, el San Felipe, el Galicia, el Dragón y el África, y por un almirante tuerto con brazo de garfio y pata de palo. 10.000 ingleses murieron ante las murallas.
Hace algún tiempo fuimos sorprendidos por la noticia de que el gobierno inglés había rendido un homenaje a los muchachos argentinos que murieron en las Malvinas. “Fueron grandes, dijo, lucharon contra Inglaterra”.
No es insensato que una ciudad victoriosa rinda homenaje a los que murieron tratando de someterla, con la condición de que rinda también homenaje a quienes la defendieron hasta la muerte. Habría que ver si Inglaterra está dispuesta a descubrir en Portobello Road una placa en homenaje a Blas de Lezo y al puñado de cartageneros que aniquilaron a la flota británica.
Ahora un cartagenero ha roto a martillazos la placa que hace una semana descubrieron frente a San Felipe de Barajas los príncipes de Gales, honrando a sus muertos. Pero mucho antes el rey de Inglaterra había tenido que destruir las medallas conmemorativas de un triunfo que no ocurrió jamás.
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    'Non coerceri maximo contineri minimo'

     

    http://www.elespectador.com/ William Ospina 25 Oct 2014 - 10:00 pm
    William Ospina
    Chesterton Afirmó que la diferencia entre el mundo antiguo y el moderno es la diferencia entre una edad que lucha con dragones y una edad que lucha con microbios.
    Por: William Ospina
    Nada exige tanto de nosotros la época como aprender a apreciar la importancia de lo pequeño, un cambio en la valoración de las magnitudes y un ejercicio de sutileza.
    Antes sólo se hablaba de mayorías que deciden y de minorías que se someten, ahora, para bien y para mal, toda aparente mayoría está compuesta de minorías decisivas y a menudo inadvertidas.
    Los dioses de lo particular, de lo casual, de lo azaroso, los dioses de lo imperceptible, de lo imprevisible, llenan el mundo. Eso no es nuevo, claro, eso fue así desde el comienzo, pero era imposible verlo en la edad de los absolutos: donde los enemigos eran naciones enteras, razas enteras, civilizaciones distintas.
    Lo discreto trabajaba igual en la sombra, en el silencio. Pero concluida la edad de lo grandioso, empezamos a ver lo diminuto; concluida la edad de lo evidente, empezamos a ver lo invisible.
    El sol dejó de girar alrededor de la tierra, el rayo dejó de estar en el pico de un águila o en el yunque de un herrero inmortal, el cielo que otros vieron lleno de almas se llenó de galaxias inconmensurables y exiguas de lejanía, un fantástico pozo de infusorios.
    El tema irreal de las discusiones bizantinas (¿cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler?) se fue volviendo serio. Lo imposible se volvió posible, lo posible, probable. Y si los dinosaurios habían muerto al unísono, bajo la noche glacial de un asteroide, bastó asomarnos por la ventana del microscopio para ver monstruos más terribles, ácaros de diseños más feroces que los más fantasiosos dragones.
    Con la diferencia de que estos dragones estaban vivos todos, por millones: en nuestros tapetes, nuestras sábanas, nuestra piel. El dios inventivo y burlón seguía llenando el mundo de bestiarios fantásticos.
    Al perplejo Borges lo abrumaba que ese dios que había llenado el universo de tantas cosas hubiera puesto en él también espejos, que todo lo multiplican. “¿Quiere agobiarnos? ¿Quiere enloquecernos?”, se preguntaba. En un poema afirmó: “Aquí son demasiadas las estrellas. El hombre es demasiado”. Y hasta dejó en un texto temprano la aceptación profética de su ceguera futura: “La noche, que de la mayor congoja nos libra: la prolijidad de lo real”.
    Tal vez la noche se había hecho para que descansáramos de la abrumadora diversidad del mundo. Pero en cuanto se apagaban las luces de la tierra se encendían las del firmamento y florecía la imaginación, el reino de las fábulas.
    Dicen que muchos pueblos tenían vedado contar cuentos en el día: el día era para el trabajo, la prisa y la extenuación; la noche para el descanso, para la lenta memoria, para la fantasía y el sueño. Casi no hay magia en decir “Los mil y un días”, en cambio en “Las mil y una noches” cabe toda la magia.
    Pero aunque la tiniebla produzca la ilusión de homogeneidad, también en ella se afanan muchedumbres. Y la nuestra, que es la edad de las lámparas, quiere sacarlo todo a la luz: estamos en guerra con la noche, queremos verlo todo, espiamos el relámpago de los huesos en la tiniebla del cuerpo, vemos la circulación de la sangre y la mansa destilación de nuestras entrañas. Y hasta sucede que perdidos en la enumeración de las plumas ya no vemos el ala.
    Pero es que donde antes había un secreto ahora hay diez mil, donde había un dios ahora hay tantos que ni siquiera nos animamos a llamarlos dioses. Proliferan como enjambres, creemos entenderlos mejor si los llamamos elementos, partículas, si los designamos nano, pico, femto, atto, zepto, yocto. El misterio retrocede hacia lo enorme y hacia lo diminuto. Es el triunfo de Demócrito y de Zenón de Elea.
    Si alguien nos hubiera dicho que los dragones se iban a volver microscópicos habríamos creído alcanzar la invulnerabilidad, como Sigfried cuando se bañó en la sangre del dragón, y sólo quedó vulnerable en la línea donde se le había adherido una hoja de tilo. (Y esa es la sabiduría de la leyenda, por esa línea de la hoja de tilo cabe una espada: la hoja tiene la forma de la herida).
    Pero los dragones mínimos resultaron más letales que los inmensos, y quizá lo bueno es saberlo, porque hace 700 años la peste negra devastó a Europa y Asia sin que nadie supiera, en esa edad de murallas y ejércitos, por dónde entraba el enemigo.
    Nuestra edad sabe ver un poco más en lo pequeño y en lo invisible, oír en lo inaudible. Nadie lo dijo como un gran poeta francés: “Un sonido tan tenue, que hay que ser sordo para oírlo”. Ahora digamos que el peligro es tan sutil que hay que ser ciego para verlo, y ello alude, por supuesto, a ese oír con todo el cuerpo que necesitan los sordos, a ese ver con todo el cuerpo que alcanzan los ciegos.
    No hay enemigo pequeño. Las naciones todopoderosas perdieron la tranquilidad por un puñado de fanáticos. En la edad de las bombas atómicas unos cuantos terroristas pusieron al mundo a tener miedo de los cortaúñas.
    El mundo nuevo no consiste en continentes desconocidos ni en planetas remotos, es el universo que describió Blake, ve el mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre, abarca el infinito en la palma de la mano y la eternidad en una hora.


    William Ospina *
    • William Ospina | Elespectador.com

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    Mercedes Barcha, la cómplice eterna de Gabriel García Márquez


    http://www.vanguardia.com/actualidad
    Domingo 20 de Abril de 2014 - 11:19 AM



    Mercedes Barcha, la cómplice eterna de Gabriel García Márquez (Foto: AFP / VANGUARDIA LIBERAL)

    Sin la amorosa complicidad de Mercedes Barcha, Gabriel García Márquez no habría logrado escribir su novela cardinal. Retrato de una dama discreta, de palabras medidas.


    Sería solo cuestión de seis meses. Eso le había prometido Gabriel García Márquez a su esposa Mercedes Barcha en aquel verano de 1965. En las cuentas del escritor cataqueño era tiempo suficiente para sacar adelante la novela que lo venía obsesionando desde hacía 15 años, cuando imaginó la historia de una casa en la que transcurriría toda la desdicha de los Buendía.

    Meses atrás, Gabo había comprado un auto. El mismo Opel en el que, durante un viaje con su familia a Acapulco, tuvo aquella imagen, reveladora y feliz, que le impidió llegar a su destino inicial y en cambio emprender el camino de regreso para afrontar la soledad de la escritura en su casa de Ciudad de México.

    Gabo empeñó aquel auto con la esperanza de que su mujer tuviera dinero suficiente para su hibernación literaria. La misma mujer que supo que sería su esposa cuando él no pasaba de los 13 años y con la que se casó el 21 de marzo de 1958, a las 11 de la mañana, en la iglesia del Perpetuo Socorro, de Barranquilla.

    “Cuando el dinero se acabó, ella no me dijo nada”, le contó el padre del realismo mágico a Plinio Apuleyo Mendoza, su amigo, en esa deliciosa conversación que es ‘El olor de la guayaba’. “Mercedes logró, no sé cómo, que el carnicero le fiara la carne; el panadero, el pan; y que el dueño del apartamento nos esperara nueve meses para pagarle el alquiler. Tú ya sabes la cantidad de locuras que ella me ha aguantado”.

    La mujer hizo más: se ocupó incluso de que a su esposo no le faltara el papel para que en la casa de los García no dejara de escucharse el ruido de lluvia de la máquina de escribir. Cada cierto tiempo, aparecían 500 hojas limpias, muchas de las cuales terminaban agonizando en la cesta contigua al escritorio de Gabo, en medio de sus jornadas febriles de escritura.

    Sí: Mercedes Raquel Barcha Pardo fue una cómplice amorosa a quien no solo Gabo sino todos sus lectores le debemos las gracias por permitir que ‘Cien años de soledad’ llegara al punto final .

    Lo sabe Rodrigo Castaño Valencia, que heredó de sus padres, Álvaro Castaño y Gloria Valencia, la amistad con el Nobel colombiano. “Siempre he dicho que Mercedes es la gran novela de Gabo. Una mujer absolutamente incondicional. Como pareja eran el complemento perfecto: ella tenía los pies en la tierra, mientras Gabo, para dicha de todos, era la fantasía”.

    Así también lo vio, durante varios encuentros con la pareja, el periodista Poncho Rentería. “Mercedes fue la mujer perfecta para una figura de carácter universal como García Márquez. No hacía nada que intentara opacar al marido célebre. Por el contrario, la vimos todo el tiempo en el hermoso papel de mujer hiperprotectora, atenta a los pasos de su muchacho”.

    Al intentar definirla, Rentería la evoca como “una mujer discreta, no solo de palabras, sino también de acciones”.

    Fue el mismo recuerdo que trae al presente Gina Benedetti, esposa de Enrique Santos, integrante de una prestante familia de la sociedad cartagenera. “A pesar de su edad, conserva rasgos de una mujer que fue muy bella. Y esa discreción tan suya, la transmite incluso en su manera de vestir, siempre luce sencilla; puede llevar los colores más alegres, pero con absoluta sobriedad”.

    Otros prefieren definirla como una mujer de pocas palabras, pero diálogo inteligente. Esa fue la sensación que le quedó al periodista puertorriqueño Héctor Feliciano, que en marzo del año pasado intentó entrevistarla durante una visita a Cartagena. Intentó, dice, porque pese a que la entrevista se publicó en la revista Bocas y él se las ingenió para hacer preguntas una y otra vez, ‘La Gaba’, como la llaman hace medio siglo, “supo esquivar con sofisticación muchas de ellas”.

    Lo que sucede, cree Rodrigo Castaño, es que es discreta ante los medios de comunicación o gente que no conoce. “Porque cuando se sentía en confianza y en familia, ella es de las que complementaba los apuntes de García Márquez, sin que él hiciera el menor intento de refutarla”.

    Su rutina en México, aseguran quienes la conocen de cerca, incluye leer diariamente periódicos colombianos para estar lo más enterada posible de la realidad del país. De hecho, el propio Gabo siempre destacó en ella sus virtudes como lectora. Era ella la primera en leer sus libros y tener una voz crítica para con sus historias.

    Para el escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza, amigo cercano de la pareja y padrino del primero de sus hijos, el cineasta Rodrigo García, el papel de Mercedes en la carrera del hijo de Aracataca fue indispensable. “Ella se ocupaba de la realidad que él no manejaba: las finanzas, el hogar, los viajes”. También de los hijos: Rodrigo, que nació en 1959, y Gonzalo, en 1962.

    Será por eso mismo que en un aparte de su voluminosa biografía sobre Gabo, ‘Una vida’, el escritor inglés Gerald Martin contó que Fidel Castro y el expresidente español Felipe González coincidieron en el mismo comentario, en dos entrevistas distintas: “No fue Mercedes la afortunada sino Gabo, él fue el ganador de la lotería”.

    La pareja se había conocido en 1941, en Sucre, municipio del departamento que lleva el mismo nombre. Él tenía 13 años y, como Florentino Ariza, se enamoró de ella a primera vista. Mercedes tenía 9 y repetía en el pueblo que decía su padre, un boticario: “No ha nacido todavía el príncipe que se case conmigo”.

    Pero ya había nacido. En una entrevista de 1982 para la revista Semana, ‘La Gaba’ contó que un día, “de buenas a primeras”, el escritor le lanzó la sentencia: “Tienes que casarte conmigo”. Ella creyó que eso de que le pidieran la mano sería más romántico y le sorprendió aquel carácter imperativo, “pero en fin, un poco asustada, acepté”.

    El susto acabó convertido en 56 años de matrimonio y amorosa complicidad. Medio siglo en el que nunca faltaron en la casa del D.F. las flores amarillas que tanto gustaban a Gabo. Esa misma casa en la que, gracias a Mercedes Barcha, siempre se escuchó el ruido de lluvia de una máquina de escribir.

    Publicada porCOLPRENSA, El PAÍS
    Etiquetas:Gabriel García Márquez