Por Gonzalo Duque-Escobar*
Resumen:
Este trabajo intenta dar respuesta al
objetivo propuesto de compartir lo que significó la erupción del Volcán Nevado
del Ruiz hace 25 años y las lecciones aprendidas a raíz del desastre de Armero.
El contenido, así: Hipótesis para el Prefacio, El alba de la coyuntura, Luces y
sombras de la tragedia, Noche de muerte y destrucción, y Epílogo. Entre los
logros señalados, además de reconocer los avances en el campo de la
vulcanología de Colombia y el esfuerzo y capacidad de quienes tienen a cargo la
vigilancia volcánica, se señala el Sistema Nacional para la Prevención y
Atención de Desastres y el que muchos municipios incorporen en sus planes de
Ordenamiento Territorial la dimensión del riesgo; pero faltan avances en la
dimensión regional del ordenamiento territorial y el ordenamiento de cuencas,
resolviendo los usos conflictivos del suelo, además de resolver el retraso
cartográfico del país donde falta información en temáticas, actualizada y a
escala de detalle. Los mapas de amenaza volcánica, hoy, que solamente se están
utilizando para el manejo de las crisis, deben usarse para resolver la
vulnerabilidad y la exposición a la amenaza, desde la ocupación del territorio.
Hipótesis para el
Prefacio
Fotografía del V.N. del Ruiz. Jaime Duque Escobar
Una vez más nos hemos congregado para
conmemorar una dolorosa fecha, con la intención de hacer un balance del que se
deriven lecciones a partir de las experiencias científicas en torno a un
desastre que, según mi convicción, pudo ser por lo menos mitigado, aunque para
entonces el Estado no contaba con políticas ambientales ni de planificación
ligadas a la dimensión de los riesgos, y que nuestra sociedad tampoco había
desarrollado esa cultura que demanda la adaptación a dichos fenómenos. Al estar
desprovistos de instrumentos que proveyeran la capacidad efectiva de
intervenir, se dejó a su suerte a decenas de miles de pobladores expuestos, y
en sumo grado vulnerables, sobre un escenario severamente amenazado por una
erupción claramente anunciada, donde las acciones locales y nacionales de los
diferentes actores sociales, resultaron asimétricas y fraccionadas.
Si bien ese es el fundamento de la hipótesis
que presento, a mi juicio existieron otros factores contribuyentes, cuya
intervención pudo desmovilizar o neutralizar de forma oportuna los precarios
activos del Estado, previstos para prevenir la tragedia. Entre ellos las ideas
que me asaltan, discutibles si se quiere por quedar en el plano de las
impresiones, es que pudieron más los intereses locales de quienes, preocupados
por la economía, reclamaban la “desgalerización” de la ciudad - término ahora
aplicado en Pasto frente a las crisis del volcán Galeras-, y la
irresponsabilidad de funcionarios clave justificándose en flacas y tardías
acciones que desatendieron las oportunas recomendaciones de calificados
expertos de la entonces Oficina
de las Naciones Unidas para el Socorro en caso de Desastres UNDRO, para terminar calificando de
apocalíptico el clamor de notables líderes locales, entre otros factores que
finalmente restringieron al ámbito académico las inequívocas señales del
volcán, tales como la cenizada del 11 de septiembre de 1985, además de la
información obtenida de la historia eruptiva del volcán y el mapa preliminar de
amenazas elaborado un mes antes de los acontecimientos, entre otras tareas así
provinieran de un grupo inexperto, del que hicimos parte al lado de varios
compañeros que hoy faltan, solo por haber entregado su vida en acciones
científicas al servicio de la sociedad.
En dicha historia, la del volcán, el insigne
investigador Jesús Emilio Ramírez S.J. en su obra Historia de los Terremotos de
Colombia (1983), describía las erupciones del Ruiz de 1595 y 1845, dando cuenta
de sendos flujos de lodo que se esparcen en el valle de salida del Lagunilla,
hechos que coincidirán con lo acaecido en 1985, solo que para entonces no existía
la población de Armero. Los trabajos de Darrel G. Herd (1974) sobre vulcanismo
y glaciación del complejo volcánico, sumados a los de Franco Bárberi para la
investigación del proyecto geotérmico del cual participé, definitivamente le
daban cimientos a las proyecciones del riesgo derivadas del reconocimiento
histórico del Padre Ramírez.
Si bien el motivo que nos congrega es
reflexionar para construir como colectivo, mi aporte partirá de lo que ya he
consignado hace cinco años para similar propósito, en “Las lecciones del volcán
del Ruiz a los 20 años del desastre de Armero” (2005), de nuevas reflexiones
hechas a partir de la lectura de los desastres naturales que continúan
surgiendo en la geografía del convulsionado país, además de las experiencias ya
vividas con la coyuntura volcánica en los dramáticos sucesos de 1985, e incluso
de las acumuladas desde el año 1979 cuando participaba de las investigaciones
del potencial geotérmico del complejo volcánico Ruiz - Tolima, emprendidas por
la Central Hidroeléctrica de Caldas, CHEC.
El alba de la coyuntura
Complejo
Volcánico Ruiz – Tolima. Departamento de Geotermia, CHEC
Para empezar, un poco de historia sobre los
antecedentes correspondientes a un primer período de esas inequívocas señales
entregadas por el volcán, el de los meses previos a las erupciones del 11 de
septiembre y 13 de noviembre de 1985.
La reactivación del Volcán Nevado del Ruiz se
advierte desde el 22 de diciembre de 1984, y las primeras advertencias se
vierten a Ingeominas iniciando 1985 con las recomendaciones de John Tomblin
como responsable de la UNDRO, invitado para el caso a Colombia. Dos meses
después se pública la noticia en el diario local La Patria, donde se dan a
conocer los hechos, advirtiendo que la actividad de las fumarolas no eran
motivo de alarma.
El 23 de marzo de 1985 realizamos un
seminario abierto y concurrido en el Aula Máxima de la Universidad Nacional de
Colombia sede Manizales, en el que se informa sobre una reactivación del
Volcán, sus erupciones históricas y los riesgos, y los posibles eventos esperados
frente una eventual erupción. Todo esto se consigna en el Boletín de Vías y
Transportes Nº53, donde se publica el resultado de un trabajo científico previo
adelantado en el cráter Arenas del volcán por nuestro grupo de trabajo,
compuesto por expertos voluntarios, por profesores de las universidades
Nacional y de Caldas, y por miembros del Departamento de Geotermia de la
Central Hidroeléctrica de Caldas CHEC, labor cuyo propósito era mapear el
cráter activo, describir la actividad fumarólica, generar una información
adecuada para dar respuesta a las crecientes inquietudes de la comunidad, y
sugerir lo que fuera del caso.
En mayo se recibe la visita del científico
Minard L. Hall como delegado de UNDRO, quien reclama de nuevo la atención a las
anteriores recomendaciones de la organización, expresa su preocupación por la
persistente actividad del Ruiz, y de paso señala la necesidad de acometer una
gestión para la atención oportuna del riesgo priorizando las zonas habitadas,
mostrándonos en el lugar el potencial de flujos de lodo del edificio volcánico,
consecuencia de los glaciares y materiales de arrastre, disponibles.
En julio, cuando ya se empieza a percibir el
olor a azufre en Manizales, ciudad localizada 30 km al oeste del cráter Arenas,
luego de intentar infructuosamente durante los meses precedentes obtener unos
sismógrafos para iniciar el monitoreo del volcán, y de haber recurrido al
Cuerpo Suizo de Socorro para conseguirlos por otra vía, gracias a una gestión
iniciada por Hans Meyer desde el Observatorio Sismológico del Sur Occidente OSSO
de la Universidad del Valle, se establece Ingeominas aportando los cuatro
sismógrafos y justificando su tardanza en la dificultad que tuvo para conseguir
las piezas de repuesto; el hecho en sí y la justificación, permiten mostrar la
“importancia” que se le daba al asunto en Bogotá.
En agosto llega el científico Bruno
Martinelli como respuesta del Cuerpo Suizo de Socorro, a solicitud del
Gobernador de Caldas y del Alcalde de Manizales, tras un mes de preparativos en
el cual se decidió desarrollar la tecnología requerida, buscando adaptar los
sismógrafos para operar en ambientes a temperaturas bajo cero grados, lo que
suponía hacer uso de la electrónica militar. Indudablemente estos meses
perdidos al lado de la inexperiencia que nos asistía, serán una de las causas
más relevantes en el trágico desenlace de los acontecimientos.
Entre las actividades emprendidas por el
grupo de geotermia, si antes interesaba la composición de las aguas termales y
su estabilidad fisicoquímica, para inferir el ambiente de presión y temperatura
alcanzado en el reservorio y su relevancia o tamaño, para el riesgo volcánico
el objeto ahora debía ser el monitoreo geoquímico de los fluidos de la
actividad fumarólica del cráter, para inferir de su composición eventuales
procesos de despresurización del sistema o ascensos del magma, como consecuencia
de la volatilidad decreciente de los elementos C, S, CL presentes en los gases,
fenómenos que suponíamos podrían contrastarse con la ubicación y eventual
migración de los focos sísmicos, energía sísmica liberada y tipología de
señales sísmicas, y con las variaciones en el tiempo de la magnitud y extensión
espacial del campo de deformaciones en el cono volcánico, como expresión del
campo de esfuerzos generado por el magma.
Para información de Ustedes, varios de los
que actuábamos éramos de algún modo parte del equipo organizado desde 1979 por
Ariel César Echeverri de la CHEC, con la misión de investigar el potencial
geotérmico del Ruiz; la mayoría ingenieros con 500 horas de instrucción en
Geofísica impartida entre los años 1983 y 1984 por eminentes profesores de las
escuelas italianas de Nápoles y Pisa, y dos miembros del mismo con estudios en
Geotermia. Del equipo hacíamos parte, entre otros, Néstor García Parra QEPD, la
geóloga Marta Lucía Calvache y Bernardo Salazar Arango, como miembros del
Departamento de Geotermia de CHEC, además del grupo de geoquímica de aguas
termales de la Universidad Nacional de Colombia, liderado por la Profesora
Adela Londoño Carvajal.
Luces y sombras de la
tragedia
Cráter Arenas del Volcán Nevado del Ruiz. Ingeominas
Estando presto a salir Bruno Martinelli para
Suiza donde se evaluaría la información fruto del trabajo de este geofísico de
enorme dimensión humana, quien un mes antes había cambiado un volcán de África,
el Niragongo, por el de este escenario colombiano, al medio día del 11 de
septiembre se produce una erupción freática en el Ruiz, cuyas cenizas llegan a
Manizales para despejar las dudas de los más escépticos. Confieso que, si bien
desde 1979 estábamos investigando el tema de los volcanes, el evento nos llevó
a esa extraña dimensión que señala Lévi-Strauss en Tristes Trópicos, dado que
frente a semejante fenómeno estábamos como quien cree saber de un extraño lugar
porque colecciona sus imágenes, y al que no ha viajado para sentir su compleja
naturaleza y experimentar su carácter.
Esta erupción del 11 de septiembre, que se
hace sentir en la ciudad y que genera pequeños flujos de lodo que cierran la
vía a Murillo por el costado norte del Ruiz, le da la connotación
suprarregional al riesgo, y sobre todo detona la ya aplazada confección del
mapa de amenazas del Ruiz. De lo ocurrido en ella, a finales de ese mes el
equipo de Ingeominas pudo establecer, no sólo la velocidad del pequeño flujo de
lodo, sino también la certeza de su ocurrencia en caso de una erupción mayor,
dato importante para estimar el tiempo disponible para evacuar a Armero.
Igualmente Ingeominas informa de un represamiento del río Lagunillas en la
vereda El Cirpe, consecuencia de actividades mineras, como elemento fundamental
que vinculará al imaginario de esos pobladores a la amenaza temida con la
suerte de Armero, así la magnitud de este represamiento, de tan solo 200 mil
m3, no compitiera con el tamaño y alcance espacial de los lahares históricos y
por venir.
A modo de información: desde comienzos del
siglo XIV hasta mediados del XIX, hubo un período frío en el hemisferio norte
de la Tierra, con tres máximos: 1650, 1770 y 1850. Esta pequeña edad del hielo
expandiendo los glaciares, sumada a la magnitud de las erupciones históricas del
Ruiz ocurridas en 1595 1845 y 1985, cuyos volúmenes se estimaron en 1 Km3, en 2
Km3 y en 1/10 de KM3 de magma, en su orden, podría explicar la notoria superioridad
de las riadas de 1845 al comparación los tres flujos de lodo. Igualmente, al
contrastar los volúmenes señalados con los períodos de 250 años y de 150 años
que separan los tres eventos, también se podría inferir que la magnitud
esperada de una erupción del Ruiz en la actual fase de reactivación, debería
ser por lo menos del orden de 1 Km3. Y aunque el citado lahar vertido donde se
fundaría Armero tres años después, en 1848), se correspondió con un evento
dirigido de ángulo bajo cuyos depósitos se registran en los taludes de la vía a
Armero, habrá que añadir también, primero, que la erupción más probable que se
debe esperar del Ruiz, donde las lavas son de coeficiente explosivo bajo, sería
del tipo pliniano, con una columna de erupción vertical sostenida, y no de
colapso como lo han sido las del Cerro Machín y Cerro Bravo; y segundo, que el
período de reactivación del Ruiz podría extenderse décadas, tal cual se infiere
de los antecedentes de la erupción ocurrida en 1595, puesto que en un mapa de
mitad del siglo 16 aparecen registrados como “Vitoria” y “Bolcán”, dos lugares:
el poblado recién fundado de “Victoria” vecino a Mariquita y el “Volcán” Nevado
del Ruiz en lo alto de la cordillera, cuya actividad debió hacerse notar desde esa
fracción del valle del Magdalena.
Tras el evento, se crea el Comité de Estudios
Vulcanológicos de la Comunidad Caldense bajo la coordinación de Pablo Medina
Jaramillo, con la secretaría científica de José Fernando Escobar Escobar como
coordinador de Ficducal, fundación que reunía a las cinco universidades de
Manizales y cuyas actas juiciosamente recolectadas por él, dan testimonio de
las actividades y esfuerzos de diferentes instituciones y autoridades de la
ciudad buscando darle buen trámite a una preocupante crisis que no encontraba
el eco esperado en el gobierno central. Como ilustración: cuatro meses antes de
la catástrofe aparece la famosa carta de la Jefe de la Oficina de Relaciones
Internacionales del Ministerio de Educación, ofreciendo su mediación al
gobernador de Caldas para que se le solicite por ese conducto a la Unesco
“evitar que el volcán del Ruiz se reactive”.
A finales de septiembre, además del histórico
debate del parlamentario Hernando Arango Monedero, calificado de apocalíptico
en una respuesta del ministerio que se justifica con un pálido balance de
acciones insustanciales, el citado Comité que también recibe las advertencias
de UNDRO sobre la posible ocurrencia de flujos de lodo por el rio Chinchiná,
entre otros eventos de menor relevancia para Manizales, conoce del Censo
efectuado por Corpocaldas a lo largo del drenaje de este y sus tributarios, y
revisa una carta del Gobernador de Caldas para solicitarle al gobierno central
acciones para atender la problemática. En ese estado de cosas, recuerdo haber
solicitado incluir en ella tareas de preparación para la comunidad expuesta en
las zonas de alto riesgo, y llamar la atención al gobierno para proveer lo que
se requiriera para los evacuados, incluyendo las personas que moran dentro de
un radio de 10 Km y los pobladores de Armero, además de los censados.
Para entonces, los temidos tremores del
volcán identificados finalmente por Martinelli y reportados ahora por el equipo
de sismología, a juicio de éste resultaban preocupantes; la columna de vapor
alcanzaba alturas sostenidas que superaban los 10 km y se implementaban
estrategias informativas que hacían uso del manual de UNDRO para el debido
manejo de las emergencias volcánicas. Además, la ya visible exacerbación de la
actividad fumarólica, era interpretada por el grupo de geoquímica como
evidencia de que se empezaban a generar los efectos decisivos previstos por W.
Giggembach sobre el tapón del cráter Arenas, y con ellos una posible reducción
en la presión del sistema que conduciría a la erupción.
Entrado Octubre, cuando en tan corto tiempo
son notables los avances alcanzados en la confección del mapa de riesgos encomendado
al equipo de geólogos de Ingeominas y la Universidad de Caldas, y por la
implementación del modelo metodológico y teórico propuesto por W. Giggembach
útil para la evaluación de la dinámica preeruptiva en función de la volatilidad
de los componentes gaseosos de los fluidos volcánicos, entre otros: faltaba
monitorear la topografía del edificio volcánico para advertir las posibles
deformaciones causadas por incrementos en el campo de esfuerzos de darse el
ascenso del magma. Entonces se concretan gestiones en el Comité para satisfacer
las deficiencias e incertidumbres sobre un proceso urgido de complementos
instrumentales y conceptuales, como son traer hasta Manizales a Franco Barberi
desde Italia, a Rodolfo Van der Laat desde Costa Rica y a Minard L. Hall desde
Ecuador. Incluso a Darrel G. Herd, quien en concurrida conferencia en el Teatro
8 de Junio en la Universidad de Caldas desestima la ocurrencia de un desastre
en caso de erupción, a pesar de haber señalado en el Comité la importancia de
las tareas que hacíamos en virtud de riesgo existente.
Iniciando la segunda semana de octubre,
aparece la versión preliminar del mapa de Riesgos Potenciales del V. N. del
Ruiz, del Ingeominas, donde además de consignarse la historia del volcán se
señalan las amenazas, entre las que se incluyen flujos de lodo de hasta medio
centenar de metros de potencia dependiendo del nivel de riesgo de las zonas,
asignándoles una probabilidad del 100% en caso de erupción importante: riadas
que alcanzaban en dicha cartografía todas las zonas que efectivamente se
bañaron de lahares, entre ellas Armero; y también caída de cenizas de alguna
severidad con una probabilidad de 2/3 extendiéndose solamente sobre una zona
orientada hacia el noreste del cráter, y que por lo tanto excluía de caída de
piroclastos en sectores del occidente, omisión para la que sugerimos considerar
el cambio de la dirección de los vientos regionales entre el verano y el
invierno, relacionado con la dinámica del clima bimodal andino, lo que se
comprobaba con las cenizas que alcanzaron a Cartago en 1595 y el 11 de
septiembre de 1985.
Entre tanto las labores del monitoreo
rudimentario continuaban, confiados en que a falta de un sistema telemétrico,
el volcán se anunciaría a distancia, y que uno de nuestros miembros que
permanecía en el lugar: el Ingeniero Bernardo Salazar Arango, quien exponiendo
su vida observaba los sismógrafos allá para tener información en tiempo real,
informaría por radio de cualquier evento de carácter sorpresivo: ambos, volcán
y hombre, cumplieron a cabalidad pero la última señal no fue suficientemente
interpretada, como tampoco las que ya había dado el volcán.
Hasta aquí la corta extensión espacial y
temporal del monitoreo sismológico y geoquímico, donde gravitaba la falta de
observaciones de otras variables físicas como las deformaciones que dependían
de medidas geodésicas no implementadas, y a que las observaciones morfológicas
del cráter y el muestreo de gases que no podían resultar sistemáticas a causa
de las dificultades y condiciones ambientales, resultaban insuficientes: todo
este acerbo impedía generar una línea de base para el volcán, como instrumento
con el cual se permitiera diagnosticar con suficiente aproximación, el grado de
anormalidad de los fenómenos observados.
Recuerdo cómo un día antes de la erupción, el
grupo de geotermia descendió por última vez al fondo del cráter para tomar otra
muestra de los gases, intentando capturarlos en las fumarolas antes de que
emergieran y entraran en contacto con el aire, para malograrse. En esta riesgosa
expedición que incluía la tarea adicional de observar posibles dinámicas
morfológicas, no se reportaron cambios significativos del cráter. Pero al día
siguiente, el de la erupción, siendo las 7: 30 PM cuando procedíamos a dar
inicio al análisis geoquímico en el Laboratorio de la Universidad Nacional,
observábamos las muestras obtenidas con un aspecto turbio inquietante, asunto
este que sumado a lo del día, permite calificar la imposibilidad que teníamos
de aventurar un pronóstico eruptivo.
Noche de muerte y
destrucción
Armero 1985. armeroguayabal-tolima.gov.co
Y a los pocos días de haber concluido la
elaboración del mapa de amenazas, a pesar de la caída de cenizas que desde
horas de la tarde afectaba a Armero, de las llamadas al cuerpo de bomberos de
la “Ciudad blanca” efectuada desde uno de los municipios cordilleranos, de
haberse informado el inicio de la erupción por la doble vía que se esperaba: la
del volcán y la del hombre: los flujos de lodo, estimados después en 100
millones de metros cúbicos, descendieron raudos desde los glaciares del volcán
nevado y avanzaron arrasándolo todo, hasta alcanzar los poblados ubicados en
los valles de salida de los ríos; pero la población no fue evacuada. Por la
vertiente del Cauca las riadas tardaron más de una hora hasta Ríoclaro y parte
del Chinchiná, y por la del Magdalena, unas dos horas hasta Armero transitando
por la cuenca del Lagunillas, y dos horas hasta las partes bajas de Mariquita
primero para seguir luego a Honda, por el Gualí. En Armero los lahares, masas
donde participan agua y sólidos por mitades, cubrieron con 2 m de lodos unos 30
km2 del valle en varias direcciones, incluida la norte ajena a este drenaje.
Y como me he preguntado ahora: ¿por qué antes
del 13 de noviembre no se produjo ninguna acción, ante la advertencia expresa
de que en caso de una erupción, Armero sería borrado por una avalancha? -esto
de conformidad con lo que el mapa oficial mostraba desde su primera versión de
inicios de octubre, así fuese preliminar-. Posiblemente el trabajo que
emprendimos a la fecha fue tomado como un simple ejercicio académico, o
también, la sistemática preocupación por la información que se daba en la
prensa, dudosamente calificada de alarmista, terminó con sus voces por apagar
las luces de sensibles periodistas, y con ello por desmantelar una estrategia
que pudo contribuir a la apropiación social de la prevención del desastre.
Calificados expertos de varios países,
después de recopilar la información sobre los antecedentes y analizar los
hechos, coincidieron en denominar ésto como una catástrofe anunciada, mientras
aquí unos y otros rompían sus vestiduras amparados en la imposibilidad de
predecir el comportamiento de un volcán, para desconocer los pronósticos y
decir que la suerte padecida por unos 25 mil colombianos, fue culpa de la
indómita naturaleza.
En comparación con los eventos históricos del
Ruiz, acaecidos en 1595 y 1845, la segunda entre las tres parece haber generado
los mayores flujos de lodo, y la que nos ocupa resultó ser la de los lahares
más modestos y la erupción de menor magnitud. Además, si bien la erupción de
1985 fue calificada de subpliniana, al cobrar unas 25 mil vidas queda la
lección para no subestimar estos eventos, dado que la del Ruiz (1985) con
apenas 1/10 de Km3 de magma aportado, con las 25000 vidas cobradas se ubica en
el tercer lugar entre los desastres volcánicos más catastróficos ocurridos desde
1800, después del Tambora (1915) con 56000 víctimas y del Krakatoa (1883) con
36400.
Esto es, hace 25 años, a pesar del compromiso
de la comunidad científica que asumió tareas y del esfuerzo de la cruz Roja y
la Defensa Civil locales en materia de prevención, queda pendiente pagar un
saldo que únicamente se liquida sin volver a repetir la tragedia de Armero. Y
lo digo porque antes de la erupción del 13 de noviembre de 1985, previo al
paroxismo de las 9:20 de la noche, hora local, desde las 3:05 de la tarde hubo
emisiones de ceniza, y antes del anochecer a modo de señal premonitora la arena
volcánica y fragmentos de pómez del Ruiz caían sobre al poblado tolimense, en
un ambiente enrarecido por un extraño olor azufrado.
Todo porque allí como en otros lugares se
carecía de una instrucción precisa, de unos medios mínimos y de unos procesos
adecuados, para que la población evacuara frente a un evento sorpresivo pero
que también daba tiempo, al menos, para mitigar la desgracia. Esto es, la
insuficiencia de la información gravitó, ya que no resultó suficiente la
historia y el mapa, al faltar las instrucciones y el protocolo para evacuar,
señalando el por qué, cuándo, cómo y a dónde, por lo menos. Incluso, faltaron
los simulacros del caso como parte de la información intangible.
Epílogo
Mapa de Amenazas potenciales del Volcán Nevado del Ruiz.
Gonzalo Duque Escobar (1986)
Luego de los sucesos de Armero, cuando se dan
las frecuentes noticias sobre las crisis del Galeras, del Huila y del Cerro
Machín, no dejamos de preocuparnos a pesar de saber que nuestros científicos de
Ingeominas están altamente capacitados, de que se hayan hecho estudios sobre el
riesgo y de que se tengan mapas de amenaza y de contar con un sistema de
monitoreo eficiente.
Esto porque a pesar de la existencia del
Sistema Nacional de Prevención y Atención de Desastres que ha hecho grandes
esfuerzos y se ha consolidado, siempre quedan como preguntas: por qué las
personas no evacúan y qué falta en términos tangibles e intangibles. Como
evidencia de lo primero, antes del terremoto del Quindío el Comité Local de
Emergencias del pequeño municipio de Pijao, epicentro del sismo, no sólo se
reunía periódicamente y producía sus actas, sino que contaba con presupuesto y
tomaba sus propias decisiones, tal cual lo hizo el 25 de enero de 1999 y días
siguientes, a pesar de quedar incomunicado el poblado y desarticulada su comunidad
del contexto regional y nacional.
También, porque la “galerización”, término
extraño para entonces y para quienes no saben del Galeras, pero que refuerza la
dialéctica del discurso como herramienta estratégica para entender la
problemática que existe en Pasto, donde se repite lo que se hizo en Manizales
cuando se desdibujó una estrategia comunicativa con expresiones como “aquí
todos éramos vulcanólogos”, ya que eso posiblemente, lo de haber “galerizado a
Armero”: habría salvado a muchos armeritas de la hecatombe, del mismo modo que
lo han hecho las comunidades indígenas con las avalanchas del Huila de abril de
2007.
La dimensión social, política, cultural y
económica, podría darnos esas respuestas, que espero no se resuelvan con nuevos
desastres.
Con las leyes de la Cultura, del nuevo
Sistema Ambiental y de la Reforma Urbana, hoy en Colombia se contempla la
dimensión de los desastres y se consagra el derecho de la participación
ciudadana; pero urge implementar la gestión integral del riesgo, primero
asegurando las acciones misionales de institutos como el Ingeominas y las de
complemento de las autoridades ambientales, a quienes corresponde las acciones
en esta materia, y donde la previsión a corto plazo que se relaciona con los
procesos geodinámicos y afines, incluye las tareas de observación sistemática
de variables físicas y el desarrollo de modelos. Y otra, la previsión general
que se materializa en mapas de amenaza para estudiar los riesgos naturales y
asegurar el uso sostenible del suelo, temas para los cuales en materia de
cartografía y de acciones de las autoridades territoriales, encontramos
profundas deficiencias.
Esta loable y muy difícil labor para el caso
de los volcanes activos, la han desarrollado oportunamente los científicos de
Ingeominas en los tres segmentos de los Andes colombianos; pero en los planes
de desarrollo y ordenamiento territorial, y de ordenamiento ambiental de
cuencas, sabemos no se contempla la dimensión regional, ni se han aplicado los
mapas de amenaza volcánica para proceder con una ocupación no conflictiva del
suelo en términos de exposición o generación de riesgos durante los períodos de
calma, caso volcanes Cerro Bravo y Tolima.
Me temo que con esa visión de corto plazo y
la baja propensión a las acciones estructurales señaladas, estamos
desaprovechando el esfuerzo de muchas instituciones del país, como la de los
vulcanólogos, comprometiendo la suerte de la Nación y exponiendo varias
comunidades vulnerables de Colombia.
Mil gracias,
Manizales, Noviembre 9 de 2010
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Relacionados:
Desafíos del
Complejo Volcánico Ruiz-Tolima, en: http://godues.wordpress.com/2013/06/09/desafios-del-complejo-volcanico-ruiz-tolima/
La amenaza
volcánica de Cerro Bravo, en: http://godues.blogspot.com/2013/06/la-amenaza-volcanica-de-cerro-bravo.html
Una política
ambiental pública para Manizales, con gestión del riesgo por sismos, volcanes y
laderas, en: http://www.bdigital.unal.edu.co/6497/
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